La envidia trae consigo muchos otros pecados. El primero de ellos lo vemos en Caín, que estaba inflamado de odio y de rabia. Muchas de nuestras rabias, iras y resentimientos provienen de la envidia cultivada en nuestro corazón, cuando este sentimiento no fue tratado, rechazado y destruido en nuestro interior. Por el contrario, eso sucede siempre que dejamos a la envidia destruirnos y consumirnos, por eso la ira y la rabia crecen dentro de nosotros. Y cuando no conseguimos salir de esos sentimientos (ira y rabia), a segunda consecuencia de la envidia será la muerte.
Hablo de la muerte en sus varias formas, desde la más extrema, e la cual vemos a tantas personas cometer el homicidio contra sí mismo, matando hermanos e hijos de Dios, hasta la muerte que acontece primero dentro de nosotros. Si la persona era nuestra amiga, aquella amistad muere dentro de nosotros y la visión positiva que teníamos de ella también muere. Comenzamos a verla con otros ojos y pasamos a ver todo lo malo de esa persona y, algunas veces, hacemos de todo para eliminar de nuestra vida a quien tenemos envidia.
La envidia nos ciega y no permite que veamos a las personas como, de hecho, ellas son. Es claro que ni todos practican solamente actos buenos, todos tienen fallas y flaquezas y vacilan, nos decepcionan, pero cuando somos dominados por la envidia hasta el bien que alguien hace lo vemos como algo malo.
Por eso Dios nos enseña, por intermedio del ejemplo de Caín que, si queremos hacer el bien, vencer el mal y dominar el pecado, no podemos alimentar la envidia y dejar que ella crezca y traiga lo peor dentro de nuestro interior y que no seamos movidos por ese sentimiento terrible.
En nombre de Jesús, que podamos, cada día, renunciar a toda y cualquier especie de envidia en nuestra vida!
Pe. Roger Araujo
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