Segundo domingo.
+En el Nombre del Padre +y del Hijo +y del Espíritu Santo.
Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
para todos los domingos.
¡Dios y Señor mió, en quien creo, en quien espero y á quien amó sobre todas las cosas! al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido yo á vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga á exclamar: ¡ Piedad, Señor, para este hijo rebelde i perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver á pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia; pero os la pido por los méritos de vuestro padre nutricio San José. Y Vos, gloriosísimo abogado mío, recibidme bajo vuestra protección, y dadme el fervor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén.
Ofrecimiento
Glorioso Patriarca San José, eficaz consuelo de los afligidos y seguro refugio de los moribundos; dignaos aceptar el obsequio de este Ejercicio que voy a rezar en memoria de vuestros siete dolores y gozos. Y así como en vuestra feliz muerte, Jesucristo y su madre María os asistieron y consolaron tan amorosamente, así también Vos, asistidme en aquel trance, para que, no faltando yo a la fe, a la esperanza y a la caridad, me haga digno, por los méritos de la sangre de Nuestro Señor Jesucristo y vuestro patrocinio, de la consecución de la vida eterna, y por tanto de vuestra compañía en el Cielo. Amén.
Primer dolor y gozo
Esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón en la perplejidad en que estabais sin saber si debíais abandonar o no a vuestra esposa! ¡Pero cuál no fue también vuestra alegría cuando el ángel os reveló el gran misterio de la Encarnación!
Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte, semejante a la vuestra asistidos de Jesús y de María.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Segundo dolor y gozo
Bienaventurado patriarca glorioso S. José, escogido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios hecho hombre, el dolor que sentisteis viendo nacer al Niño Jesús en tan gran pobreza, se cambió de pronto en alegría celestial al oír el armonioso concierto de los ángeles y al contemplar las maravillas de aquella noche tan resplandeciente.
Por este dolor y gozo alcanzadnos que después del camino de esta vida vayamos a escuchar las alabanzas de los ángeles y a gozar de la gloria celestial.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Tercer dolor y gozo
Ejecutor obediente de las leyes divinas, glorioso San José, la sangre preciosísima que el Redentor Niño derramó en su circuncisión os traspasó el corazón, pero el nombre de Jesús que entonces se le impuso, os confortó llenándoos de alegría,
Por este dolor y por este gozo alcanzadnos el vivir alejados de todo pecado, a fin de expirar gozosos con el nombre de Jesús en el corazón y en los labios,
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,
Cuarto dolor y gozo
Santo fiel, que tuvisteis parte en los misterios de nuestra redención, glorioso San José, aunque la profecía de Simeón acerca de los sufrimientos que debían pasar Jesús y María, os causó dolor, sin embargo os llenó también de alegría, anunciándoos al mismo tiempo la salvación y resurrección gloriosa que de ahí se seguiría para un gran número de almas.
Por este dolor y por este gozo, conseguidnos ser del número de los que por los méritos de Jesús y por la intercesión de la Virgen María han de resucitar gloriosamente.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,
Quinto dolor y gozo
Custodio vigilante del Hijo de Dios hecho hombre, glorioso San José, ¡cuánto sufristeis teniendo que alimentar y servir al Hijo de Dios, particularmente a vuestra huida a Egipto!, ¡pero cuán grande fue vuestra alegría teniendo siempre con vos al mismo Dos y viendo derribados los ídolos de Egipto.
Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos alejar para siempre de nosotros al demonio, sobre todo huyendo de las ocasiones peligrosas, y derribar de nuestro corazón todo ídolo de afecto terreno, para que ocupados en servir a Jesús y María, vivamos tan sólo para ellos y muramos gozosos en su amor.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,
Sexto dolor y gozo
Ángel de la tierra, glorioso San José, que pudisteis admirar al Rey de los cielos, sometido a vuestros más mínimos mandatos, aunque la alegría al traerle de Egipto se turbó por temor a Arquelao, sin embargo, tranquilizado luego por el Ángel vivisteis dichoso en Nazaret con Jesús y María.
Por este dolor y gozo, alcanzadnos la gracia de desterrar de nuestro corazón todo temor nocivo, de poseer la paz de la conciencia, de vivir seguros con Jesús y María y de morir también asistidos de ellos.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,
Séptimo dolor y gozo
Modelo de toda santidad, glorioso San José, que habiendo perdido sin culpa vuestra al Niño Jesús, le buscasteis durante tres días con profundo dolor, hasta que lleno de gozo, le encontrasteis en el templo, en medio de los doctores.
Por este dolor y este gozo, os suplicamos con palabras salidas del corazón, intercedáis en nuestro favor para que no nos suceda jamás perder a Jesús por algún pecado grave. Mas si por desgracia le perdemos, haced que le busquemos con tal dolor que no nos deje reposar hasta encontrarle favorable, sobre todo en nuestra muerte, a fin de ir a gozarle en el cielo y a cantar eternamente con Vos sus divinas misericordias.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Antífona
Jesús mismo era tenido por hijo de José, cuando empezaba a tener como unos treinta años. Rogad por nosotros, San José, para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
Oración Final
Oh Dios, que con inefable providencia, os dignasteis elegir al bienaventurado José por esposo de vuestra Santísima Madre, os rogamos nos concedáis tener como intercesor en los cielos al que en la tierra veneramos como protector. Vos que vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén.
MEDITACIÓN.
Llegados María y José á Belén para cumplir el
mandato de César Augusto, buscan en vano de puerta en
puerta el abrigo de un techo hospitalario: el mundo cierra
sus moradas á los huéspedes pobres, y niega asilo á la
santidad y á la inocencia, como lo refiere el santo
Evangelio, que dice: «El Hijo de Dios vino á los suyos, y los
suyos rehusaron recibirle» José se vio reducido á buscar un
establo abandonado; y en tal lugar plugo al Hijo del Eterno
nacer, lejos de los resplandores de la gloria en que reina.
¡Cuál sería el dolor del corazón de José, mirando al divino
Niño en lugar propio de bestias, y como ellas reclinado en
pajas húmedas y heladas por los rigores del invierno!
¡Cómo se conmovería lo íntimo de sus paternales
entrañas con aquel primer llanto del Salvador, ocasionado
por el padecimiento! Si fueron tiernas, no fueron en verdad
menos amargas las lágrimas que el Patriarca mezcló con
las que derramaba el Niño Dios en expiación de nuestras
culpas. José inclina la frente al suelo y adora como a su
Dios, como a Criador del cielo y de la tierra y como a Salvador y Redentor del mundo a aquel niño tan pobre, tan
humillado, tan débil y tan rechazado de los hombres; ofrécele su corazón, su alma, su vida; le bendice mil y mil
veces y le da gracias por haber sido escogido y adoptado
como padre.
María, tomando al niño en sus brazos, lo pondría en los de José, quien lo estrecharía contra su corazón, lo bañaría con sus lágrimas, le besaría los sagrados bececitos, y lo ofrecería al Padre Eterno como víctima, por la salvación del mundo. ¡Oh, qué feliz fue aquel instante para el Patriarca, hijo de David, a pesar de su pobreza y de sus penas; y. ¡cómo le deleitaron los cantos angélicos que celebraban el nacimiento del niño, a quien José podía llamar hijo suyo! Más opulento en su pobreza que sus reales ascendientes, poseía el tesoro infinito de los cielos; y su gloria, aunque escondida al mundo, estaba eclipsando a toda la que brilló en el trono de sus progenitores.
¡ Oh dicha! ¡ Oh sumo bien! ¡ Oh delicias escondidas en apariencias de miseria y de dolores! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzad-nos, oh Patriarca Señor San José, la gracia de apartar nuestro corazón de las pompas y vanidades del mundo, y poner nuestra dicha en la posesión de Jesús, que es el único bien durable y verdadero.
Amén.
María, tomando al niño en sus brazos, lo pondría en los de José, quien lo estrecharía contra su corazón, lo bañaría con sus lágrimas, le besaría los sagrados bececitos, y lo ofrecería al Padre Eterno como víctima, por la salvación del mundo. ¡Oh, qué feliz fue aquel instante para el Patriarca, hijo de David, a pesar de su pobreza y de sus penas; y. ¡cómo le deleitaron los cantos angélicos que celebraban el nacimiento del niño, a quien José podía llamar hijo suyo! Más opulento en su pobreza que sus reales ascendientes, poseía el tesoro infinito de los cielos; y su gloria, aunque escondida al mundo, estaba eclipsando a toda la que brilló en el trono de sus progenitores.
¡ Oh dicha! ¡ Oh sumo bien! ¡ Oh delicias escondidas en apariencias de miseria y de dolores! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzad-nos, oh Patriarca Señor San José, la gracia de apartar nuestro corazón de las pompas y vanidades del mundo, y poner nuestra dicha en la posesión de Jesús, que es el único bien durable y verdadero.
Amén.
EJEMPLO.
Una piadosa señorita muy devota del santo Patriarca,
a quien obsequiaba con las prácticas de piedad más gratas
al Santo, como son la oración, confesión y comunión
frecuentes, cayó en una grave y penosa enfermedad, y a
pesar dé distar más de ocho meses de su fiesta, le pedía al
Santo tres gracias: 1ª morir en su fiesta; 2ª morir con todo el
conocimiento e invocando los nombres de Jesús, María y
José, y 3ª que le asistiese en su última hora quien esto escribe. Pues todo se lo concedió el bendito Santo. Contra
él parecer de los médicos, alargóse su enfermedad hasta el
día del Santo (19 de marzo); conservó claro el conocimiento
hasta el último instante, invocando con gran devoción los
dulcísimos nombres de Jesús, María y José; y, cosa
providencial, para que nada faltase a sus súplicas,
retirándose el confesor para tomar un poco de alimento,
quien esto escribe tuvo precisión de quedarse para
consolar a la enferma y animarla en aquella última hora y
no dejarla sola, y contra la previsión de todos expiró en el
mismo día del Santo, en nuestros brazos, con la paz de los
justos, yendo sin duda, piadosamente pensando, a cantar
con los bienaventurados las misericordias del Señor San
José en el cielo en su misma fiesta. ¿Á quién no animan
estos hechos? En otros devotos de San José hemos visto lo
mismo, esto es, morir plácidamente ó el día de San José, ó
en días que en algún modo están consagrados á San José.
Animémonos con nuestras buenas obras á merecer del
Santo bendito este favor de morir bajo su amparo, el más
grande de todos sus favores.
Obsequio
Mortificaré principalmente mi vista y mi lengua,
para merecer la dicha de ver y alabar en el cielo a Jesús,
María y José.
Abundantísimo fruto espiritual se sacaría de esta práctica de los Siete Domingos consagrados á honrar al excelso Patriarca Señor San José, si los obsequios y jaculatorias de cada domingo se practicaran con cuidado en todos los días de la semana.
Para mas agradar al santo Patriarca, puédese rezar la letanía que va al fin.
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