Kathleen Norris: Una nueva/vieja inclinación al pecado
Kathleen Norris
Durante años dejé que la palabra pecado me resbalara, sin comprometer a mi conciencia o a mi percepción. Pensaba que el pecado era una lista de cosas que no había hecho y debería haber hecho, y si yo no había cometido (u omitido) ciertos actos, el pecado no era un problema. Sólo cuando descubrí la sabiduría de la primera Iglesia, específicamente la teología del pecado que se desarrolló a lo largo de los monjes del desierto, conseguí una manera de entender el pecado que es particularmente aprovechable durante la cuaresma.
Las dureza de las condiciones de la vida en el desierto minimizan las distracciones mundanas. Pero los monjes encontraron sus distracciones internas magnificadas. Así como descubrían estas inquietantes emociones que les asaltaban así intentaban orar y contemplar la escritura, y distinguieron ocho “malos pensamientos” que gradualmente evolucionaron a los que conocemos como los “Siete Pecados Capitales”. Estos pensamientos no son actos, pero tentaciones con las que yo, como cualquier otro ser humano, tiene que pelear. No hay posibilidad de soltarse del anzuelo.
Esta psicología es antigua pero sensata; tan pronto como identifico una tentación a flojear, o a envidiar, tiro de ella para sacarla a la luz del día, y así le quito fuerza y me abro a la posibilidad de transformación, o a lo que San Benito llamó “conversión de vida”. Me parece, que este es un trabajo básico de todo cristiano: admitir en mí las más básicas tentaciones a hacer el mal, y a resistirlas. Y en la medida que hago esto, dejo que las virtudes actúen en mi. Mi desidia se convertiría en empeño, mi envidia en gratitud. Esta es la disciplina -y la alegría- de la cuaresma.
- Norris es una autora protestante que escribió sus experiencias en un monasterio católico en su obra “The Cloiser Walk” (Riverhead)
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