Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,14-23):
En aquel tiempo, llamó. Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola.
Él les dijo: «¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina.»
Con esto declaraba puros todos los alimentos.
Y siguió: «Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, llamó. Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola.
Él les dijo: «¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y se echa en la letrina.»
Con esto declaraba puros todos los alimentos.
Y siguió: «Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»
Palabra del Señor
COMENTARIO
Fernando Torres Pérez cmf
En el mundo de Jesús las personas estaban convencidas de que había que cumplir unas normas. Su cumplimiento mecánico les hacía puros. Su no cumplimiento les hacía automáticamente impuros. Había que cumplir con unas normas sobre la limpieza, por ejemplo, o sobre recitar unas oraciones a unas determinadas horas del día. Y muchas otras normas. No importaba mucho las razones por las que se cumplían o no esas normas. Daba lo mismo si se hacía desde el corazón o no. Daba lo mismo si el incumplimiento era por olvido o por voluntad de hacerlo mal.
Algo de eso se nos ha colado a los cristianos. Recuerdo una señora que vino a confesarse. Me dijo que había faltado a misa los últimos seis domingos. Pregunté, quizá imprudentemente, la razón. Me dijo que en ese tiempo su marido había estado muy enfermo y había tenido que atenderle casi las 24 horas del día. Ahora venía a confesarse porque a continuación se iba a celebrar el funeral por su marido y quería comulgar. Me quedé sorprendido. No pude menos que decirle que no había pecado en absoluto, que sólo faltaba que hubiese dejado a su marido enfermo desamparado para irse a misa, que había hecho lo que tenía que hacer.
No pecamos de forma automática. No pecamos sin darnos cuenta. El pecado es otra cosa. Nos sale de dentro. No importa a veces tanto cumplir la norma sino cómo la cumplimos. No sólo hay que ir a misa los domingos. Importa el modo como estamos y participamos con la comunidad en la eucaristía. Los normas son orientaciones e hitos que encontramos en nuestro camino. Seguirlas depende de la situación concreta. Participar el domingo en la eucaristía con mi comunidad es muy importante pero atender al marido enfermo es más importante y más urgente. El compromiso por la justicia y el mandamiento del amor no tienen límites y es difícil concretarlos en normas. Jesús no nos invita a cumplir unos mínimos obligatorios sino a pasar al banquete del Reino, a vivir la fraternidad a tope. Todo lo que sale de nuestro interior y rompe esa fraternidad, todo eso es malo, todo eso nos hace impuros. De ellos tenemos que pedir perdón y curarnos. Aunque externamente cumplamos todas las normas.
Algo de eso se nos ha colado a los cristianos. Recuerdo una señora que vino a confesarse. Me dijo que había faltado a misa los últimos seis domingos. Pregunté, quizá imprudentemente, la razón. Me dijo que en ese tiempo su marido había estado muy enfermo y había tenido que atenderle casi las 24 horas del día. Ahora venía a confesarse porque a continuación se iba a celebrar el funeral por su marido y quería comulgar. Me quedé sorprendido. No pude menos que decirle que no había pecado en absoluto, que sólo faltaba que hubiese dejado a su marido enfermo desamparado para irse a misa, que había hecho lo que tenía que hacer.
No pecamos de forma automática. No pecamos sin darnos cuenta. El pecado es otra cosa. Nos sale de dentro. No importa a veces tanto cumplir la norma sino cómo la cumplimos. No sólo hay que ir a misa los domingos. Importa el modo como estamos y participamos con la comunidad en la eucaristía. Los normas son orientaciones e hitos que encontramos en nuestro camino. Seguirlas depende de la situación concreta. Participar el domingo en la eucaristía con mi comunidad es muy importante pero atender al marido enfermo es más importante y más urgente. El compromiso por la justicia y el mandamiento del amor no tienen límites y es difícil concretarlos en normas. Jesús no nos invita a cumplir unos mínimos obligatorios sino a pasar al banquete del Reino, a vivir la fraternidad a tope. Todo lo que sale de nuestro interior y rompe esa fraternidad, todo eso es malo, todo eso nos hace impuros. De ellos tenemos que pedir perdón y curarnos. Aunque externamente cumplamos todas las normas.
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