que todo hombre debería tener
La vida de los santos necesita ser para nosotros como un libro, vivo, en el cual leemos las virtudes que tiene su fuente en el propio Cristo
Por lo menos, este es el objetivo de la Iglesia cuando canoniza a alguien: decir a los cristianos que la santidad es posible y proponer un camino para llegar a este objetivo, que es fin de todo hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Trata de vidas que permiten ser moldeados por la gracia, hasta el punto que llegan a ser un anuncio de la santidad de Dios. En este mes de marzo, la Iglesia nos propone celebrar la solemnidad de San José, padre adoptivo de Jesús. ¿Cuáles podrían ser entonces las virtudes que José vivió y que todo hombre es llamado a imitar? Esta es una tarea un tanto cuanto ardua, porque su figura esta marcada por lo oculto y por la discreción.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que “la persona virtuosa es aquella que libremente practica el bien” (CIC 1804). Y el bien no podría ser otra cosa sino la propia voluntad de Dios. Vemos en el Evangelio según Mateo que José fue dócil a esta voluntad. Y en esta docilidad, vemos una manifestación de la virtud de la fe, porque por medio de ella, “el hombre libremente se entrega a Dios” (CIC 1814). “Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa” (Mt 1,24). En la búsqueda de hacer siempre la voluntad del Padre, podemos alumbrar también en José la virtud de la prudencia, siendo que esta “dispone la razón practica a discernir, en cualquier circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios adecuados para realizar” (CIC 1806). Porque, por fin, ¿donde podría estar nuestro bien verdadero sino en la practica de voluntad de Dios?
En este mismo Evangelio, vemos una otra virtud en San José: él era un hombre justo. El texto bíblico dice explícitamente (Mt 1,19). Este término, dentro del contexto bíblico, va mucho más allá del significado de justicia que tenemos en nuestras sociedades contemporáneas. Él exprime la idea de alguien que es fiel, que observa la ley. Y esta fidelidad a la ley, esta observancia genera, por consecuencia, una rectitud en el actuar, sea para con Dios, sea para con los hombres. Vemos, entonces, la virtud de la justicia: “La justicia es la virtud moral que consiste en la voluntad constante y firme de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido” (CIC 1807). En tu vida, delante de aquello que Dios le pedía, José no podía darle otra cosa a menos que la realización de su santa voluntad.
Podemos también afirmar que San José tenía la virtud de la fortaleza, una de las cuatro virtudes cardenales. Porque, la fortaleza consiste en convertir el hombre capaz de tener seguridad en las dificultades, firmeza y constancia en la búsqueda del Bien (CIC 1808). Y delante de lo que José vivió con María, antes del nacimiento de Jesús, en busca de un lugar para que pudiera dar la luz, y después huyendo de la persecución de Herodes, sin la virtud de la fortaleza, a menudo José no habría soportado la presión de las dificultades exteriores. Esta virtud también lo ayudó a permanecer en la búsqueda de este Bien, es decir, de la voluntad de Dios que le había sido claramente manifestada.
Por último, José fue aquel que vivió la virtud de amor. Sin ella, él no habría asumido vivir la voluntad de Dios como ella se le presentó. “La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios” (CIC 1822). Cuando amamos a Dios, amamos igualmente Su voluntad y asumimos con firmeza todas las consecuencias que están vinculadas. De esta forma, podemos ver en la vida de San José, aunque contada de una forma tan breve por los evangelios, la presencia de este movimiento de amor que lo llevo a amar a Dios hasta las últimas consecuencias.
La vida de los santos necesita ser para nosotros como un libro, vivo, en el cual leemos las virtudes que tiene su fuente en el propio Cristo
Por lo menos, este es el objetivo de la Iglesia cuando canoniza a alguien: decir a los cristianos que la santidad es posible y proponer un camino para llegar a este objetivo, que es fin de todo hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Trata de vidas que permiten ser moldeados por la gracia, hasta el punto que llegan a ser un anuncio de la santidad de Dios. En este mes de marzo, la Iglesia nos propone celebrar la solemnidad de San José, padre adoptivo de Jesús. ¿Cuáles podrían ser entonces las virtudes que José vivió y que todo hombre es llamado a imitar? Esta es una tarea un tanto cuanto ardua, porque su figura esta marcada por lo oculto y por la discreción.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que “la persona virtuosa es aquella que libremente practica el bien” (CIC 1804). Y el bien no podría ser otra cosa sino la propia voluntad de Dios. Vemos en el Evangelio según Mateo que José fue dócil a esta voluntad. Y en esta docilidad, vemos una manifestación de la virtud de la fe, porque por medio de ella, “el hombre libremente se entrega a Dios” (CIC 1814). “Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa” (Mt 1,24). En la búsqueda de hacer siempre la voluntad del Padre, podemos alumbrar también en José la virtud de la prudencia, siendo que esta “dispone la razón practica a discernir, en cualquier circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios adecuados para realizar” (CIC 1806). Porque, por fin, ¿donde podría estar nuestro bien verdadero sino en la practica de voluntad de Dios?
En este mismo Evangelio, vemos una otra virtud en San José: él era un hombre justo. El texto bíblico dice explícitamente (Mt 1,19). Este término, dentro del contexto bíblico, va mucho más allá del significado de justicia que tenemos en nuestras sociedades contemporáneas. Él exprime la idea de alguien que es fiel, que observa la ley. Y esta fidelidad a la ley, esta observancia genera, por consecuencia, una rectitud en el actuar, sea para con Dios, sea para con los hombres. Vemos, entonces, la virtud de la justicia: “La justicia es la virtud moral que consiste en la voluntad constante y firme de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido” (CIC 1807). En tu vida, delante de aquello que Dios le pedía, José no podía darle otra cosa a menos que la realización de su santa voluntad.
Podemos también afirmar que San José tenía la virtud de la fortaleza, una de las cuatro virtudes cardenales. Porque, la fortaleza consiste en convertir el hombre capaz de tener seguridad en las dificultades, firmeza y constancia en la búsqueda del Bien (CIC 1808). Y delante de lo que José vivió con María, antes del nacimiento de Jesús, en busca de un lugar para que pudiera dar la luz, y después huyendo de la persecución de Herodes, sin la virtud de la fortaleza, a menudo José no habría soportado la presión de las dificultades exteriores. Esta virtud también lo ayudó a permanecer en la búsqueda de este Bien, es decir, de la voluntad de Dios que le había sido claramente manifestada.
Por último, José fue aquel que vivió la virtud de amor. Sin ella, él no habría asumido vivir la voluntad de Dios como ella se le presentó. “La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios” (CIC 1822). Cuando amamos a Dios, amamos igualmente Su voluntad y asumimos con firmeza todas las consecuencias que están vinculadas. De esta forma, podemos ver en la vida de San José, aunque contada de una forma tan breve por los evangelios, la presencia de este movimiento de amor que lo llevo a amar a Dios hasta las últimas consecuencias.
André Botelho
Comunidad Pantokrator
FUENTE: Canción Nueva en español
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