Algunas personas nos preguntan qué es este pecado
Antes que nada, es necesario entender que no es un pecado como los demás, que son actos: robar, matar, prostituir, adulterar, corromper, mentir, etc.
Se trata de una ofensa grave al propio Dios en la Persona del Espíritu Santo. ¿De qué forma?
El Catecismo de la Iglesia Católica en el Nº 1864 explica:
“Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada” (Mc 3, 29; cf Mt 12, 32; Lc 12, 10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cfDeV 46). Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna”
Por lo tanto, el pecado contra el Espíritu Santo es el endurecimiento del corazón. No es que la misericordia de Dios sea insuficiente para ablandar ese corazón empedernido, sino que es la persona quien no se abre para acoger el perdón y la misericordia de Dios. Es el caso del pecador que no se arrepiente de sus pecados, teniendo conciencia de ellos, sabiendo que está errado y que está actuando deliberadamente contra la voluntad de Dios.
Los Evangelios nos muestran algunos casos de personas que endurecieron el corazón ante Jesús, aún viendo sus estupendos milagros, deliberadamente no quisieron creer en Él y prefirieron tramar su muerte, por conveniencia y envidia.
Un caso marcante es el que San Juan cuenta sobre la resurrección de Lázaro en Betania. Este resucitado era la prueba cabal de la divinidad de Jesús; un milagro realizado bien cerca de Jerusalén y que muchos judíos presenciaron.
Muchos de ellos creyeron en Jesús, como cuenta San Juan: “Al ver lo que Jesús había hecho, muchos de los judíos, que habían ido a visitar a María, creyeron en él” (Jn 11,45).
Pero algunas autoridades judaicas, en lugar de ceder a las evidencias del milagro, por conveniencia, por mantener su “status”, prefirieron tramar la muerte del Señor. Dice San Juan:
Pero algunas autoridades judaicas, en lugar de ceder a las evidencias del milagro, por conveniencia, por mantener su “status”, prefirieron tramar la muerte del Señor. Dice San Juan:
“Otros, en cambio, fueron a contar a los fariseos lo que Jesús había hecho. Los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron a una reunión del Concejo de Ancianos. Se decía: ¿Qué hacemos? Este hombre está realizando muchos signos. Si dejamos que siga actuando así, toda la gente creerá en él; entonces, las autoridades romanas tendrán que intervenir y destruirán nuestro templo y nuestra nación… A partir de este momento tomaron la decisión de dar muerte a Jesús” (Jn 1,47 ss).
Lo más interesante es que las autoridades judaicas buscaban también matar a Lázaro porque era la prueba del milagro de Jesús.
“Un gran número de judíos se enteró de que Jesús estaba en Betania y fueron allá, no sólo para ver a Jesús, sino también a Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Los jefes de los sacerdotes tomaron entonces la decisión de eliminar también a Lázaro, porque, por su causa, muchos judíos se alejaban de ellos y creían en Jesús” (Jn 12,9-11)
Este me parece un caso típico de endurecimiento del corazón y pecado contra el Espíritu.
Otro modo de atentar con el Espíritu Santo es desesperarse por la salvación propia, creyendo que el pecado es tan grande que la misericordia de Dios ya no puede perdonar. Es el pecado de desesperanza. Cualquier pecado por peor que sea puede ser perdonado por Dios si la persona se arrepiente verdaderamente.
Otro modo de atentar con el Espíritu Santo es desesperarse por la salvación propia, creyendo que el pecado es tan grande que la misericordia de Dios ya no puede perdonar. Es el pecado de desesperanza. Cualquier pecado por peor que sea puede ser perdonado por Dios si la persona se arrepiente verdaderamente.
Un bello ejemplo de eso es San Pedro, después de negar al Maestro tristemente, por tres veces, se arrepintió, lloró amargamente, y creyó en el perdón y en la misericordia de Dios. Judas, al contrario, se desesperó y se mató. Ambos pecaron gravemente, pero uno se desesperó y el otro confió en el perdón de Dios.
Nuestro bello Catecismo dice que:
“No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. “No hay nadie, tan perverso y tan culpable que, si verdaderamente está arrepentido de sus pecados, no pueda contar con la esperanza cierta de perdón” (Catecismo Romano, 1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22)” (Catecismo de la Iglesia Católica Nº 982)
Por lo tanto, nadie puede desesperarse por la propia salvación, aun cuando haya pecado gravemente y de muchas maneras. El Sagrado Corazón de Jesús está siempre abierto para dar su misericordia cuando volvemos a él arrepentidos como el hijo pródigo.
Miembro de la Comunidad Canción Nueva, reconocido por su trabajo de promover el bien y el desenvolvimiento de la Iglesia Católica como “Caballero de San Gregorio Magno” por el Papa Benedicto XVI
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