Para esta última posibilidad te planteo las siguientes reflexiones:
ACEPTAR EL DOLOR.
No podemos negar a él. No por decir que: no duele, hacemos desaparecer de nuestro corazón su presencia molesta. Para qué negar que la partida definitiva de alguien que amamos a la eternidad nos duele; o: que la perdida de una pareja por la que sentimos muchas cosas y con la que hemos luchado tanto no nos hace sufrir cuando todo acaba. Somos seres débiles y frágiles que padecen; y tenemos que aceptarlo tal cual. Por eso, si nos toca llorar hay que hacerlo. Sabiendo que asumir el dolor y expresar lo que sentimos dentro de nosotros nos hace crecer emocionalmente. Cuando algo nos duele, se nos está afirmando la vida y en muchos casos el amor. Eso lo debemos asumir como un mensaje interesante y gratificante del dolor.
Entender su razón de ser.
Ningún dolor –ni físico, ni moral, ni aún, el que pudiéramos llamar, emocional- aparece por arte de magia. Todo en nuestra vida tiene sus causas y sus fuentes. Entender qué está pasando y por qué estamos sufriendo, nos ayuda a saber cómo manejar mejor la situación. En muchas ocasiones somos nosotros mismos, con decisiones equivocadas, los que le hemos dado vida al dolor y los que debemos aprender la lección que se esconde detrás de él.
Todo dolor es pasajero.
Todo dolor es pasajero.
Nuestra condición humana nos pone ante la experiencia de lo temporal.
Todo pasa.
Nada queda eterno en nuestro corazón.
Ya sea que desaparezca o que nos acostumbremos a él, la influencia e intensidad del dolor, también pasa. Por eso, es muy importante que cada uno de nosotros lo deje fluir para que pueda irse así como llegó. Esto supone, en algunas circunstancias, ser capaz de enfrentar sus causas con verdaderas soluciones -e inteligentes- soluciones. O, simplemente, entender que su presencia –aunque demasiado fuerte- es lo mejor que nos puede pasar y que ya llegará el momento en que no esté.
Comprender su función.
Comprender su función.
Distingo entre entender y comprender.
Entender es captar cómo funciona o por qué se dio. Es tener clara la relación causa y efecto. El comprender supone un acto intuitivo, de poseer de golpe la razón de ser completa, de ese sentimiento en la vida. Es saber por qué está allí y para qué. Para ello hay que usar algo más que la racionalidad, hay que disponerse totalmente a la captación de esa realidad, esto es, hay que dejar que las emociones, los afectos, el sentido común y todo lo demás participen en esa aprehensión. Razonemos emocionalmente por qué está en nosotros ese dolor. Démonos cuenta que lo que lo causa es lo mejor que pudimos hacer y que no hay nada más.
Vivámoslo espiritualmente.
Vivámoslo espiritualmente.
La espiritualidad es capacidad de trascendencia.
Es descubrir que nada se cierra sobre sí mismo; sino que se abre y se comunica con lo otro. En términos cristianos, es vivir cada momento desde la relación con Jesucristo, el Señor, y, desde ella, encontrarle un sentido a lo que se vive. El sacrificio de Cristo en la cruz se hace modelo de vida para quien busca entender desde su fe el dolor. No es sólo una desgracia, también puede ser fuente de bendición y de crecimiento. No tienes por qué huir como si fuera lo peor de la vida. También desde el dolor podemos ser mejores seres humanos
Se trata de crecer y de ser cada vez mejor.
Se trata de crecer y de ser cada vez mejor.
No se trata de anclarnos en épocas y momentos emocionales del presente o del pasado, sino dejar que el proceso continúe. Te invito a echar para adelante y a recibir en este momento la bendición del Dueño de la Vida.
Te ratifico mi mejor deseo, que la fuerza de Dios esté contigo para que puedas superar todo lo que estás viviendo.
P Alberto Linero Gómez.
P Alberto Linero Gómez.
Adaptación del original escrito en diciembre de 2008
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