Al reiterar la necesidad de misericordia, Francisco dejó una advertencia: “Aquello que el Espíritu Santo hace en el corazón de las personas, los cristianos con psicología de doctores de la ley, destruyen”.
La Iglesia es “la casa de Jesús”, una casa de misericordia que acoge a todos. Siendo así, no es un lugar donde los cristianos pueden cerrar las puertas. Ese fue el tenor de la homilía del Papa Francisco, en la Misa de este martes, 17, en la Casa Santa Marta.
Francisco ya mostraba otras veces este conflicto entre Jesús, que abre las puertas a quien sea que lo busque, aunque sea distante de Él – y los cristianos, que, a menudo, cierran las puertas de la Iglesia en la cara de quien llama a su puerta. Es un conflicto entre la misericordia total de Cristo y la escasez demostrada por aquellos que creen en Él.
La reflexión del Papa comenzó por el agua, protagonista de las lecturas litúrgicas del día. Luego se centró en el Evangelio de Juan, que describe la sanación de un paralítico triste – y para Francisco un “poco perezoso” -, que nunca supo sumergirse cuando las aguas se movían y, así encontrar su sanación. Jesús sanó ese hombre, lo que provocó la critica de los doctores de la ley, porque la sanación ocurrió un sábado. “Una historia – observó el Papa – que ocurrió muchas veces hoy”.
“Un hombre, una mujer, que se siente enfermo en el alma, triste, que ha cometido muchos errores en su vida, y en un cierto momento siente que las aguas se están moviendo, es el Espíritu Santo que mueve algo, o escucha una palabra o… ‘Ah, ¡yo quisiera ir!’… Y tiene coraje y va”. Y cuántas veces hoy en las comunidades cristianas se encuentran las puertas cerradas. ‘Pero tú no puedes, no, tú no puedes. Tú te has equivocado aquí y no puedes. Si quieres venir, ven a misa el domingo, pero quédate ahí, no hagas más’. Por eso, el Santo Padre ha observado que lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, lo destruyen los cristianos con psicología de doctores de la ley”
“Me hace mal eso”, afirmó en seguida Francisco, señalando que la Iglesia tiene siempre las puertas abiertas, es la casa de Jesús y Él acoge, va encontrando las personas. Si ellas están heridas, dijo el Papa, Jesús no las reprende, sino que las lleva en los hombros. Eso se llama misericordia, explicó, diciendo que cuando Dios reprende a su pueblo – ‘Deseo misericordia, no sacrificio!’ – habla exactamente de eso.
“¿Quién eres tú para cerrar la puerta de tu corazón a un hombre, a una mujer que quiere mejorar, volver al pueblo de Dios, porque el Espíritu Santo ha tocado su corazón?”.
Que la Cuaresma, concluyó el Papa, ayude a no cometer el error de quien despreció el amor de Cristo por el paralitico solamente porque era contrario a la ley. “Pidamos al Señor, en la Misa, por nosotros y por toda la Iglesia”, o sea “una conversión hacia Jesús, una conversión a Jesús, una conversión a la misericordia de Jesús. Y así la ley será plenamente cumplida, porque la ley es amar a Dios y al prójimo, como a nosotros mismos”
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