Bebió el cáliz de la Pasión hasta la última y amarga gota
Aquí comienza el Tríduo Pascual, la preparación para la gran celebración de la Pascua, la Victoria de Jesucristo sobre la muerte, el pecado, el sufrimiento y el infierno.
Este es el día en que la Iglesia celebra la institución de los grandes Sacramentos de la Orden y de la Eucaristía. Jesús es el gran y eterno Sacerdote, pero quiso necesitar de ministros sagrados, apartados del medio del pueblo, para llevar al mundo a la Salvación que Él conquistó con Su Muerte y Resurrección.
Jesús deseo ardientemente celebrar aquella hora: “Yo tenía gran deseo de comer esta Pascua con ustedes antes de padecer” (Lc 22-15).
En la celebración de la Pascua, después de instituir el Sacramento de la Eucaristía, él dijo a los discípulos: “Hagan esto en memoria de mi”. Con estas palabras, Él instituyó el sacerdocio cristiano: “Jesús, aceptando una copa, dio gracias y les dijo: Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios. Después tomó pan y, dando gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo, que es entregando por ustedes” (Lc 22, 17-19).
En la noche en que fue traicionado, bebió el cáliz de la Pasión hasta la última y gota amarga. San Juan dijo que “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13-1).
Después que Jesús pasó por toda la terrible Pasión y Muerte de Cruz, nadie tiene el derecho de dudar del amor de Dios por cada persona.
Después, en el Domingo de la Resurrección, él dirá a los mismos discípulos : “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn 20,23). Estaba, así, instituida también la sagrada confesión, el sacramento de la penitencia; el perdón de los pecados de los hombres que Él tenía acabado de conquistar con Su Sangre.
En la noche de la cena Pascual, el Señor lavó los pies de los discípulos, hizo este gesto notable, que fue realizado por los servidores, para demostrar que, en Su Reino, “el último va ser el primero”, y que el cristiano debe tener como meta servir y no ser y no ser servido. Quien no vive para servir no sirve para vivir, quien no vive para servir no es feliz, porque la auténtica felicidad el tiempo no borra, las crisis destruyen y el viento no lleva; ella nace del servicio al otro, desinteresadamente.
En esa misma noche, Jesús hizo varias promesas importantes a la Iglesia, que instituyó bajo Pedro y los apostoles. Les prometió el Espiritu Santo, y la garantía de que sería guiada por Él a la “toda la verdad”. Sin eso, la Iglesia no podría guardar intacto el “deposito de la fe”, que San Pablo llamo de “Santa doctrina”. Sin la asistencia permanente del Espiritu Santo, desde Pentecostés, ella no podría haber llegado hasta hoy y no podría cumplir su misión de llevar la salvación a todos los hombres de todas de todas las naciones.
“Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14, 16-17).
¡Que promesa maravillosa! El Espiritu de la Verdad permanecerá con Vosotros y en vosotros. ¿Cómo puede alguien tener el coraje de decir que un día, la Iglesia equivocó de camino? Sería necesario que el Espiritu de la Verdad la hubiera abandonado.
“Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,25-26).
En la ultima Cena, el Señor dejó para la Iglesia esta gran promesa: El Espíritu Santo les “enseñará todas las cosas”. Es por eso que San Pablo dijo a Timoteo que “la Iglesia es la columna y el fundamento de la verdad” (1Tim 3, 15). Quien desafia la verdad de doctrina y de fe, enseñada por la Iglesia, va a caer por las tinieblas del error.
Y en la misma Santa Cena, el Señor les dice: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará los que irá sucediendo” (Jn 16, 12-13).
Jesús sabe que aquellos hombres sencillos no tenían condiciones de comprender toda la teología cristiana; pero les asegura que el Paráclito les enseñaría todo, a lo largo del tiempo, hasta nuestros días de hoy. Y el Sagrado Magisterio dirigido por el Papa continua asistido por el Espirito de Jesús.
Son estas promesas, hechas a la Iglesia en la Santa Cena, que le dan estabilidad y la infalibilidad en materia de fe y de costumbre. Por lo tanto, no solo el Señor instituyó los sacramentos de la Eucaristía y de la orden, en la Santa Cena, sino que puso la base firme, permanente de Su Iglesia. Así, Él concluye la obra que el Padre le dio, antes de consumar Su misión en la cruz.
Traducción: Thaís Rufino de Azevedo
Profesor Felipe Aquino
No hay comentarios:
Publicar un comentario