“Te doy gracias, Señor, con todo el corazón,
pues tú has escuchado las palabras de mi boca.
En presencia de los ángeles salmodio para ti,
hacia tu santo templo me prosterno.”
Salmo 137:1
Rezar en presencia de ángeles. Solo con pensarlo se anima mi alma y se vivifica mi oración. Me gusta rezar en grupo, sentir la fe común de mis hermanos, oír su voz para unir a la de ellos la mía, saberme apoyado y rodeado y entendido y acompañado por otros que piensan como yo y que aprecian y buscan mi compañía en la oración como yo la suya. Rezar en grupo, rezar en comunidad, rezar en pueblo de Dios es la cumbre del rezar en la que todos somos uno, y cada uno ve multiplicada su súplica en el fervor común. Rezar en presencia de hermanos y hermanas.
Pero con demasiada frecuencia me encuentro solo. Las voces se reducen a una, los cánticos se hacen silencio, la comunidad se hace soledad. Con todo quiero rezar, y mi oración es válida y necesaria y es parte de mi vida y es flor de mi ser. Pero puede ahogarla el aislamiento y silenciarla el vacío a mi alrededor. Me encuentro solo.
Entonces pienso en los ángeles. No estoy solo. Ellos rezan con la naturalidad de su existencia, con su mera presencia, con sus alas y con su resplandor. Ellos “ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” como dijo Jesús, y eso es oración existencial de vivencia constante. Ellos son oración en sí mismos, y solo con saberme en su presencia me siento en oración. Allí tengo mi compañía permanente, mi capilla abierta, mi grupo de oración. Ellos siempre están conmigo, y basta avivar el recuerdo para convocar la plegaria. Cuando rezo un salmo, salmodio con ellos; cuando entono un cántico, canto en coro; cuando formulo una petición, firmo un manifiesto. Somos muchos aunque yo sea uno, es una multitud aunque yo esté solo, es todo un pueblo aunque yo sólo sea un individuo. ¡Qué fácil es rezar en grupo, sobre todo cuando todos los demás son mejores que yo! Desde ahora ya sé que nunca estoy solo cuando rezo.
Rezar en presencia de ángeles. Solo con pensarlo se anima mi alma y se vivifica mi oración. Me gusta rezar en grupo, sentir la fe común de mis hermanos, oír su voz para unir a la de ellos la mía, saberme apoyado y rodeado y entendido y acompañado por otros que piensan como yo y que aprecian y buscan mi compañía en la oración como yo la suya. Rezar en grupo, rezar en comunidad, rezar en pueblo de Dios es la cumbre del rezar en la que todos somos uno, y cada uno ve multiplicada su súplica en el fervor común. Rezar en presencia de hermanos y hermanas.
Pero con demasiada frecuencia me encuentro solo. Las voces se reducen a una, los cánticos se hacen silencio, la comunidad se hace soledad. Con todo quiero rezar, y mi oración es válida y necesaria y es parte de mi vida y es flor de mi ser. Pero puede ahogarla el aislamiento y silenciarla el vacío a mi alrededor. Me encuentro solo.
Entonces pienso en los ángeles. No estoy solo. Ellos rezan con la naturalidad de su existencia, con su mera presencia, con sus alas y con su resplandor. Ellos “ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” como dijo Jesús, y eso es oración existencial de vivencia constante. Ellos son oración en sí mismos, y solo con saberme en su presencia me siento en oración. Allí tengo mi compañía permanente, mi capilla abierta, mi grupo de oración. Ellos siempre están conmigo, y basta avivar el recuerdo para convocar la plegaria. Cuando rezo un salmo, salmodio con ellos; cuando entono un cántico, canto en coro; cuando formulo una petición, firmo un manifiesto. Somos muchos aunque yo sea uno, es una multitud aunque yo esté solo, es todo un pueblo aunque yo sólo sea un individuo. ¡Qué fácil es rezar en grupo, sobre todo cuando todos los demás son mejores que yo! Desde ahora ya sé que nunca estoy solo cuando rezo.
“En presencia de los ángeles salmodio para ti.”
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