Diferencias entre dones carismáticos, dones del Espíritu Santo, virtudes.
Cuando alguien está en estado de gracia, una alma posee dentro de sí las virtudes infusas, que son las teologales: fe, esperanza y caridad, y las morales: prudencia, justicia, fortaleza y temperanza- y los dones del Espíritu Santo. Las primeras son como los remos de un barco, las segundas como las velas. En las virtudes, es el alma quien actúa y la gracia de Dios coopera; en los dones es la gracia de Dios que opera, restando al alma simplemente ser dócil a su acción.
Tomando como ejemplo la oración. Cuando alguien en el cumplimiento de sus deberes espirituales reza el Rosario, la Liturgia de las Horas o participa de alguna Adoración al Santísimo Sacramento, está actuando por su propia determinación. Es claro que la gracia divina también contribuye en este proceso pero es bien visible la importancia de la acción humana para llevarla a cabo. Se trata de una virtud.
Solo que a veces sucede que la persona está haciendo un trabajo y le viene la inspiración de orar, sin que la iniciativa sea suya. Si ella es dócil, entonces comienza a rezar. Aquí el Espíritu Santo sopla, restando al alma tan solamente disponer las velas de su corazón. Se trata de la acción en los dones del Espíritu Santo.
Entonces,
¿por qué tantos ven tan poca acción del Espíritu Santo en sus vidas?
Mira con atención la respuesta del padre Reginald Garrigou-Lagrange:
“¿Cómo es posible que muchas personas después de haber vivido cuarenta o cincuenta años en estado de gracia y habiendo recibido con frecuencia la Santa comunión casi no dan señal de la presencia de los dones del Espíritu Santo en su conducta y en sus actos, se irritan por cualquier tonteria y llevan una vida completamente fuera de lo sobrenatural?
Todo esto proviene de los pecados veniales que frecuentemente cometen sin ninguna preocupación; estas faltas y las inclinaciones que de ahí derivan hacen que estas almas se inclinen a la tierra y mantengan los dones del Divino Espíritu como que “atados”, así como alas que no se pueden abrir.
Dichas almas no guardan ningún recogimiento, ni están atentas a las inspiraciones del Espíritu Santo, que pasan inadvertidas, por eso permanecen en la oscuridad, no de las cosas sobrenaturales y de la vida íntima de Dios, sino en la oscuridad inferior que se enraíza en la materia, en las pasiones desordenadas, en el pecado y en error, ahí está la explicación de su inercia espiritual.
A estas almas se dirigen las palabras del salmista: Hodie si vocem eius audieritis, nolite obdurare corda vestra – Ojalá escucheis hoy su voz: no endurezcais vuestros corazones (Sl 94, 8)”
“Todo esto proviene de los pecados veniales que frecuentemente cometen sin ninguna preocupación”. Los malos hábitos de hacer bromitas indecentes, burlarse de los defectos ajenos y otras fallas que se cometen deliberadamente, son ‘líneas’ que nos mantienen atados al mundo, impidiendo nuestro progreso en la vida espiritual y la abertura de nuestro corazón al Espíritu Santo. Para que Sus dones se manifiesten en nosotros es necesario combatir esos ‘pecados de estima’, que mantienen nuestras alas prendidas y nos impiden alcanzar altos vuelos.
“Tales almas no guardan ningún recogimiento”. Influenciadas por el pentecostalismo y por un sentimentalismo modernista, muchas personas piensan que serán dóciles al Espíritu si sienten muchas cosas o si hacen mucho ruido durante la oración. El consejo de Jesús para que oremos bien es muy diferente. El dice: “Tu, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto”. Debemos tener en nuestro corazón una celda, una cámara secreta, en la que podamos entrar y detenernos frente a Jesús. Cuando ejercitamos eso, somos capaces de hacer silencio interior aún entre las agitaciones del dia a dia.
En la secuencia de su obra, el padre Garrigou-Lagrange explica como podemos hacer para oir la voz del Espíritu Santo:
“Para ser dóciles al Espíritu Santo necesito en primer lugar escuchar su voz. Y para escucharla necesito el recogimiento y desprendimiento de mí mismo, guardar el corazón, la mortificación de la voluntad y del juicio propio. Es seguro que si no guardamos silencio en nuestra alma, y las voces de los afectos humanos la perturban, no habrán de llegar a nosotros las voces del Maestro interior. Por eso el Señor somete algunas veces nuestra sensibilidad a tan duras pruebas y de cierta forma la crucifica: es como el fin de que acabe acaba sometiéndose totalmente a la voluntad, animada por la caridad.”
Frente a la aridez espiritual, de la “noche oscura de los sentidos”, muchas personas se apavoran pensando que algo malo está sucediendo. Pero no es así. Se trata de Dios ‘crucificando’ nuestra sensibilidad, para hacernos personas mejores. Como dice Nuestro Señor en el Evangelio, “si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, se queda solo. Pero si muere produce mucho fruto”.
En seguida se mencionan algunos actos concretos para aumentar en nosotros la docilidad al Espíritu:
1.- Sometiéndonos plenamente a la voluntad de Dios, que conocemos por los preceptos y consejos conforme a nuestra vocación. Hagamos buen uso de las cosas que ya conocemos, que el Señor nos hará haciendo conocer otras nuevas.”
Si queremos saber cual es nuestra vocación, para donde debemos ir, cual es nuestro futuro con Dios, la primera cosa que debemos hacer es ser fieles a aquello que ya conocemos. A medida que eso suceda, “el Señor nos irá haciendo conocer cosas nuevas.”
Si queremos saber cual es nuestra vocación, para donde debemos ir, cual es nuestro futuro con Dios, la primera cosa que debemos hacer es ser fieles a aquello que ya conocemos. A medida que eso suceda, “el Señor nos irá haciendo conocer cosas nuevas.”
Es importante destacar que esta clase no habla de los llamados “dones carismáticos”. Existe una diferencia entre estos y los dones del Espíritu Santo: los primeros son dados para la utilidad común, los últimos para la santificación personal. Urge entonces, seguir firmes primero en las cosas obvias. De lo contrario, ¿cómo será posible progresar en los dones? ¿cuántas comunidades y grupos de oración incentivan los dones carismáticos pero no incentivan la santidad personal?
2 - Renovando con frecuencia la resolución de seguir en todo la voluntad de Dios. Este propósito hace llover nuevas gracias sobre nuestra alma. Repitamos frecuentemente las palabras de Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me envió” (Jn 4, 34).”
3 – Pidiendo sin cesar al Divino Espíritu luz y fuerzas para cumplir la voluntad de Dios. También conviene mucho consagrarse al Espíritu Santo, cuando se siente el llamado, a fin de poner nuestra alma bajo su guía y dirección. Para eso diremos esta oración:
“Oh Santo Espíritu. Espíritu divino de luz y amor. Consagro a ti mi inteligencia, mi voluntad, mi corazón y todo mi ser, sea en el tiempo, o en la eternidad. Que mi inteligencia siempre sea dócil a vuestras inspiraciones celestiales y a las enseñanzas de la Santa Iglesia Católica de la cual sos el guia infalible;que mi corazón viva siempre inflamado con el amor de Dios y del prójimo, que mi voluntad esté siempre conforme a la voluntad divina y que toda mi vida sea fiel imitación de la vida y de las virtudes de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, al cual con el Padre y contigo, Oh Divino Espíritu, sean dadas honra y gloria por los siglos de los siglos. Amén”
Quien es consagrado a la Virgen Santísima también puede hacer esta consagración. “El cristiano que se consagró a Maria medianeira, por ejemplo según la fórmula del Beato Grignion de Montfort, y al Sagrado Corazón, encontrará tesoros indubidables en la consagración al Espíritu Santo. Toda la influencia de María nos conduce a una intimidad con Cristo, y la humanidad del Salvador nos lleva al Espíritu Santo, que nos introduce en el misterio de la Adorable Trinidad.
Finalmente es importante destacar las formas de recibir indulgencias en la fiesta de Pentecostés. A quien, en condiciones habituales, en estado de gracia, habiendo recibido la Comunión y rezado por las intenciones del Santo Padre, recite devotamente el himno Veni Creátor, es concedida indulgencia parcial. Pero en los dias 1 de Enero y en la solemnidad de Pentecostés se concede indulgencia plenaria a quien la recite públicamente. Vale la pena recordar que para recibir las indulgencias de la Iglesia, es necesario desapegarse de todo pecado, aunque sea venial. Es una gran ocasión para que cortemos de una vez esos pecados que tanto impiden la manifestación de los dones del Espíritu Santo en nuestras vidas.
Fuente: padrepauloricardo.org
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