Una frase que dijo un amigo motiva mi reflexión de hoy: “el buen trato es el trato”. Me pareció fantástica y de vez en cuando uso la frase para expresar lo que quiero decirles a las personas a las quienes les hablo. El buen trato es el punto de partida, es la llave maestra de todo lo bueno que nos puede pasar en las relaciones, es además, la mejor forma de mantenernos como personas íntegras y no dejarnos llevar por los actos de los demás.
La gente tiene una idea errónea de lo que significa la enseñanza de Jesús sobre poner la otra mejilla. Creen que es un acto de sumisión, de una humildad mal entendida, como dejar que la otra persona nos agreda para ofrecer esa humillación como sacrificio a Dios por alguna cosa. No puedo estar más en contra de esa manera de interpretar la enseñanza de Jesús. Dios no necesita que nos dejemos humillar, ni necesita que le ofrezcamos golpes, ni sacrificios corporales como creían las personas hace mucho tiempo; el Señor no lleva las cuentas que debamos saldar con sacrificios, sino que nos ama profundamente. Lastimosamente olvidamos fácil que Dios es pura misericordia.
Lo que Jesús quiere decir con esa enseñanza es: “yo no voy a convertirme en una persona violenta sólo porque tú lo eres, ni voy a reaccionar convirtiéndome en algo que no quiero ser, sólo porque otra persona se ha portado de cierta manera”. Al contrario de la humillación, es un verdadero reconocimiento de la dignidad personal y de la absoluta soberanía que una persona debe tener sobre sí mismo. Tú no decides sobre mí, no decides sobre qué clase de persona quiero ser o voy a ser, así hagas lo que hagas, aún si me hieres, no voy a permitir que me cambies.
Es por eso que Gandhi decía que a un hombre libre, ni metiéndolo en la cárcel le pueden arrebatar su libertad. La ley del talión decía que si alguien te pega una cachetada tú tenías derecho a devolvérsela. Si lo pensamos bien no era una ley descabellada, porque en una cultura de venganza había que ponerle un límite. Si tú me pegas un puño, yo no te puedo torturar hasta dejarte moribundo, sino que el límite para mi desagravio llega hasta darte un puño.
Pero Jesús viene a plantear otro esquema distinto: si tú me agredes, si tú me tratas mal, yo no te voy a tratar mal, porque no es mi elección, porque yo he decidido ser alguien que trate bien a las personas, porque no soy violento, porque no soy así. Y esto que he decidido, no depende de lo que tú hagas, ni de lo que nadie haga, de Dios he recibido esta dignidad, y no la voy a dejar en manos de nadie más. El buen trato es el trato, no podemos dejar de tratar bien a las personas por sus comportamientos. Nuestra opción debe ser, ser siempre dueños de nosotros mismos, de nuestros actos y de nuestras actitudes.
Se trata de ser libres y dueños de nosotros. De tratar al otro mejor de lo que me trata, porque es una decisión mía, no un merecimiento suyo, es un regalo que me doy primero, aunque eso afecte a los otros, porque esto nace del amor de Dios que he dejado que me llene y me mueva.
P. Alberto Linero Gómez, Eudista
La gente tiene una idea errónea de lo que significa la enseñanza de Jesús sobre poner la otra mejilla. Creen que es un acto de sumisión, de una humildad mal entendida, como dejar que la otra persona nos agreda para ofrecer esa humillación como sacrificio a Dios por alguna cosa. No puedo estar más en contra de esa manera de interpretar la enseñanza de Jesús. Dios no necesita que nos dejemos humillar, ni necesita que le ofrezcamos golpes, ni sacrificios corporales como creían las personas hace mucho tiempo; el Señor no lleva las cuentas que debamos saldar con sacrificios, sino que nos ama profundamente. Lastimosamente olvidamos fácil que Dios es pura misericordia.
Lo que Jesús quiere decir con esa enseñanza es: “yo no voy a convertirme en una persona violenta sólo porque tú lo eres, ni voy a reaccionar convirtiéndome en algo que no quiero ser, sólo porque otra persona se ha portado de cierta manera”. Al contrario de la humillación, es un verdadero reconocimiento de la dignidad personal y de la absoluta soberanía que una persona debe tener sobre sí mismo. Tú no decides sobre mí, no decides sobre qué clase de persona quiero ser o voy a ser, así hagas lo que hagas, aún si me hieres, no voy a permitir que me cambies.
Es por eso que Gandhi decía que a un hombre libre, ni metiéndolo en la cárcel le pueden arrebatar su libertad. La ley del talión decía que si alguien te pega una cachetada tú tenías derecho a devolvérsela. Si lo pensamos bien no era una ley descabellada, porque en una cultura de venganza había que ponerle un límite. Si tú me pegas un puño, yo no te puedo torturar hasta dejarte moribundo, sino que el límite para mi desagravio llega hasta darte un puño.
Pero Jesús viene a plantear otro esquema distinto: si tú me agredes, si tú me tratas mal, yo no te voy a tratar mal, porque no es mi elección, porque yo he decidido ser alguien que trate bien a las personas, porque no soy violento, porque no soy así. Y esto que he decidido, no depende de lo que tú hagas, ni de lo que nadie haga, de Dios he recibido esta dignidad, y no la voy a dejar en manos de nadie más. El buen trato es el trato, no podemos dejar de tratar bien a las personas por sus comportamientos. Nuestra opción debe ser, ser siempre dueños de nosotros mismos, de nuestros actos y de nuestras actitudes.
Se trata de ser libres y dueños de nosotros. De tratar al otro mejor de lo que me trata, porque es una decisión mía, no un merecimiento suyo, es un regalo que me doy primero, aunque eso afecte a los otros, porque esto nace del amor de Dios que he dejado que me llene y me mueva.
P. Alberto Linero Gómez, Eudista
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