«Dichosos los pobres… Dichosos los que lloráis»
«Bienaventurados los pobres.» No todos los pobres son bienaventurados; porque la pobreza es una cosa neutra : puede haber pobres buenos y pobres malos…Bienaventurado el pobre que ha clamado al Señor y ha sido escuchado (Sl 33,7) : pobre de faltas, pobre de vicios, el pobre en quien el príncipe de este mundo nada ha encontrado (Jn 14,30), pobre a imitación de ese Pobre, el cual, siendo rico se ha hecho pobre por nosotros (2Co 8,9). Es por eso que Mateo da una explcación más completa : «Dichosos los pobres en espíritu», porque el pobre en espíritu no se hincha, no se ensalza en un pensamiento totalmente humano. Así es la primera bienaventuranza.
[«Bienaventurados los mansos» escribe, seguidamente, Mateo.] Habiendo dejado todo pecado…, estando contento de mi simplicidad, desnudo de mal, sólo me falta moderar mi carácter. ¿De qué me sirve no poseer bienes de este mundo si no soy manso y pacífico? Puesto que seguir el camino recto quiere decir seguir a aquél que dice : «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29)…
Hecho esto, acuérdate de que eres pecador: llora tus pecados, llora tus faltas. Está bien que la tercera bienaventuranza sea para los que lloran sus pecados, porque es la Trinidad la que perdona los pecados. Purifícate, pues, con tus lágrimas y lávate con tu llanto. Si lloras por tí mismo, nadie tendrá que llorarte… Cada uno tiene sus muertos por quien llorar; estamos muertos cuando pecamos… Que el que es pecador llore, pues, por él mismo y se corrija para llegar a ser justo, porque «el justo se acusa a sí mismo» (Pr 18,17).
San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre el evangelio de San Lucas, V, 53-55
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