Al parecer, no habían logrado asimilar lo que Jesús les acababa de anunciar: que él sería traicionado y entregado a sus enemigos, pero que no ejercería su poder ni su autoridad para salvarse. En realidad, se entregaría hasta la muerte y pedía a sus discípulos que hicieran lo mismo. Jesús trataba de hacerles ver que la grandeza en el Reino de Dios no es algo que pertenezca a un grupo exclusivo ni que se vea en demostraciones de poder o autoridad.
Cristo sabía que los discípulos no entendían correctamente, así que aprovechó la oportunidad para enseñarles. Les presentó a un niño, que en la antigüedad era considerado de poco valor, y les enseñó los valores del Reino de Dios: no buscar la gloria ni el poder mundano, sino abrazar la humildad y el servicio y aceptar a todos, hasta el más humilde.
Cuando Juan no supo si habían actuado bien con un supuesto “exorcista” que no era de su grupo, el Señor le aclaró que no debía restringirse la acción de nadie que actuara en su Nombre. Por el contrario, exhortó a los discípulos a despojarse del orgullo personal y reconocer que el poder de Dios puede manifestarse a través de cualquier persona que no se oponga a él.
¡Ciertamente debemos reconocer que el mensaje del Evangelio de San Lucas es una buena noticia! La grandeza es un regalo de Dios, pero no para los potentados e influyentes, sino para los que sirven con humildad; la verdadera grandeza no se promueve buscando riquezas ni posiciones de poder e influencia, sino aceptando y poniendo en práctica los dones de Dios.
“Señor Jesús, enséñame a ser sencillo.Ayúdame a no desear el poder del dinero ni ser importante,sino más bien servir con amor y humildad.”fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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