martes, 8 de septiembre de 2015

MATEO 1, 1-16. 18-23


Dios dedicó muchísimo tiempo a la preparación para la venida de su Hijo a la tierra. Generación tras generación, el Padre avanzaba hacia la culminación de su designio de hacernos partícipes de su propia vida. Y, desde el principio, asignó la responsabilidad más íntima y profunda del cumplimiento de su plan a María, la joven virgen de Nazaret. Desde antes de todos los tiempos, Dios quiso que ella existiera para confiarle la concepción y la crianza de su Hijo eterno.

El papel que el Altísimo le encomendó a la Virgen María es tan profundo que es muy difícil comprenderlo al contemplarlo, porque el favor que le concedió fue mucho más grande que el favor concedido a cualquier otro ser humano. Sin embargo, si pensáramos que la Virgen se encuentra tan por encima de nosotros que su experiencia no tiene relación alguna con la nuestra, estaríamos equivocados. Con todos sus privilegios de Madre del Salvador, María sigue siendo una de nosotros; es, con mucho, la mejor de todos, pero está entre nosotros.

Dios trata con la Virgen de la misma forma como trata con nosotros. Él tenía un plan para ella y también lo tiene para ti y para mí. La esencia de su plan era que ella concibiera a su Hijo y lo diera al mundo. Ése es también el propósito central de su plan para todo su pueblo.

Cada persona constituye un don único e irreemplazable que Dios concede a la humanidad, y el Señor, siendo consecuente con la singularidad de nuestra naturaleza, a cada uno lo llama, le encomienda una misión y le da a conocer su plan de distintas maneras: a través de las circunstancias que vive y por medio de sus familiares y amigos, y según sus talentos y oportunidades. Dios no obliga a nadie a aceptar su plan, sino que, al igual que con la Virgen María, nos invita a aceptar su llamamiento y a seguirle. Así como Dios quería que ella respondiera positivamente y llevara a cabo la misión que decidió encomendarle exclusivamente a ella, quiere que nosotros aceptemos la misión que desea confiarnos a cada uno para que la ejecutemos con toda dedicación.
“Señor, que se haga en mí según tu palabra. Revélame los planes que tienes para mí, te lo ruego, y fortaléceme con el Espíritu Santo para que pueda responder a tu llamada y cumplir la misión que me tienes reservada.”
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros.

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