¿Quién no
ha tenido en su vida la experiencia de usar, aunque más no sea para salir del
paso, algo remendado?
Pareciera
un capricho, pero casi siempre –sino siempre!- los remiendos suceden en los
lugares más molestos. Ahí donde se percibe que el remiendo es remiendo y no una
parte original.
Ahí
donde al tacto, el remiendo, por ser nuevo, no tiene la blandura de una tela
amoldada, suavizada por el uso.
El
remiendo siempre será remiendo. El parche siempre será un parche.
En la
vida espiritual acontece por igual.
Las
roturas acontecen en nuestras áreas más sensibles. Nuestras zonas más
expuestas.
Y, a
fuerza de luchar, por más que procuremos disimularlo, aunque por fuera pase
casi imperceptible, del otro lado, aún estando la piel adormecida o endurecida,
todo nos hará recordar donde está puesto el parche.
Y con
el pasar de los años, cuando el parche se acomode pero la sensibilidad gane
terreno, más notorio será.
Entonces, ¿qué hacer?
El
sabio sabe que el camino es armarse de paciencia y aceptar.
Sí,
aceptar no es necesaria y reductivamente resignarse.
Aceptar
es una acción positiva y constructiva.
Con el
tiempo el parche se amoldará, alcanzará suavidad. Y nos ayudará no sólo a
recordar quienes somos y como nos fuimos construyendo sino comprender que sin ese parche
las gracias por Dios alcanzadas no estarían presentes en el hoy de nuestras
vidas.
¿Tienes
un parche?
¡Decídete
a aceptarlo! Tal vez Dios quiera enseñarte en él, el arte de amar.
Miguel Yunges
Comunidad Piedras Vivas
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