Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos. Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. De muchos salían demonios, gritando: "¡Tú eres el Hijo de Dios!". Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías. Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero él les dijo: "También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado". Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
RESONAR DE LA PALABRA
Conrado Bueno, cmf
Jesús es para todos
Parece el eslogan de una campaña: “También a otros pueblos tengo que anunciar el Reino”. Qué bien va cumpliendo Jesús lo que, el primer día, predicó en la sinagoga de Nazaret.
Y junto al eslogan, el programa y proyecto personal que venía desarrollando. Fijémonos cómo discurre la vida de Jesús, en un mismo día. Comienza con su deber religioso, de buen judío, acudiendo a la sinagoga de Cafarnaún. En seguida, comienza a curar; ha venido, por encargo de su Padre, a humanizar este mundo, a hacerlo más ajustado al plan de Dios sobre sus hijos; así iba construyendo el Reino. Comienza con la suegra de Pedro y sigue con todos los enfermos, al caer el sol; cura todos los males, también a los endemoniados. No dejaba de predicar en las sinagogas (el evangelio habla ya de Judea). Y, al fin, en un lugar solitario, sobre todo en la quietud de la noche, Jesús oraba, se daba cuenta de quién le amaba y le enviaba al mundo.
De nuevo, repite el evangelio que esta actividad sanadora de Jesús era la señal clara de que el Reino de Dios ya había comenzado a construirse entre nosotros.
Miles de veces, como a los niños, hemos de alertarnos a nosotros, para no caer en la rutina o en el olvido: no podemos quedarnos cojos; necesitamos, para evangelizar como Dios manda, de los dos pies: el anuncio específico de la Buena Noticia y salir al paso del mal que hace sufrir a los hombres.
Una circunstancia sugerente vamos a poner de relieve. Jesús curaba imponiendo las manos “a cada uno”, en particular. Este gesto, tan irrelevante a primera vista, nos aclara el estilo de tratar Jesús a la gente: a cada uno, porque cada uno es importante; es una expresión de cercanía, de cariño pararse con “cada uno”. El Papa Francisco no puede pararse con todos, pero cuántas veces detiene el vehículo o el paso para tocar, hablar, bendecir, besar a personas más heridas.
Otro punto para renovar nuestra vida. Es la universalidad, la catolicidad del ministerio de Jesús. Intentaban retenerlo para sí, para que no se les fuese. Pero Jesús estaba en otra onda: “A otros pueblos tengo que anunciar el Reino”. Jesús es de todos y para todos. Que nadie se lo apropie para sí o para su grupo. No achiquemos a Dios. Fuera, todo capillismo, esa religión de campanario. No nos quedemos en “mi” Congregación, en “mi” grupo o Movimiento; esto es carcoma de la unidad y comunión, es signo de muro y frontera. Es decir, hemos de cultivar un corazón eclesial, abierto, ecuménico. Es cierto que vivimos nuestra vida eclesial no en el aire sino en circunstancias determinadas, en ámbitos concretos: mi familia, mi Orden, mi asociación; pero, desde ahí, siempre abiertos a todos, sin fronteras. Es decir, como Jesús.
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