Un Papa hispano entre los hispanos
Visita de S. S. el Papa Francisco a los Estados UnidosPOR: REV. JUAN ANTONIO PUIGBÓ
En cuanto el Papa Francisco anunció su visita a los Estados Unidos, con ocasión del Encuentro Mundial de las Familias, nuestras expectativas han ido creciendo.
El Papa de los alejados entró en los hogares de los católicos, y de los no católicos, desde aquella tarde cuando se asomaba en el balcón Vaticano para pedirnos a toda la humanidad que oráramos por él. Aquel mismo día decía que venía desde los confines del mundo, latitudes que coinciden con los mismos orígenes nuestros.
El Papa Francisco se ha constituido en un ícono de referencia para los más excluidos y los más abandonados de la sociedad. De aquellos a los que él nos invita a atender cuando dice que debemos ir a “las periferias”, que somos discípulos y misioneros de una Iglesia en camino, que sale al paso de las necesidades más extremas en nombre de su Maestro y Señor, Jesucristo.
Un pontífice latinoamericano. Muchas habían sido las predicciones sobre el Papa que sucedería a Benedicto XVI, pero pocos atinaron a pensar que sería el Papa Bergoglio, el argentino de padres italianos, el que nos mostraría el rostro de una Iglesia cercana y de un papado auténticamente comprometido con las necesidades prácticas y más hondas del cristiano “de a pie.”
Así, inmigrantes como la familia del Papa Francisco son más del 40% de los católicos en Estados Unidos. Un número que sigue creciendo en las ricas manifestaciones de fe de un pueblo que peregrina en busca de aguas nuevas, garantía de nuevas experiencias con seguridades humanas y espirituales. Estos son los mismos inmigrantes cuya diversidad es sinónimo de los retos que ella misma presenta: venidos de todos los países de Latinoamérica, llegados por tierra o por aire, que han cruzado la frontera a pie y sin documentos, que han venido a estudiar en la universidad o a desempeñarse en algún oficio especializado, que ayudan a construir edificios y carreteras, que hablan muy bien el inglés o no lo hablan del todo, y que sueñan con regresarse a su terruño o que se han inculturado en estas nuevas tierras. ¡Qué gran diversidad!
Es esta diversidad hispanoamericana la que visitará el Papa Francisco en septiembre próximo, justo después de visitar Ecuador, Bolivia, Paraguay y Cuba. También después de que la Iglesia Latinoamericana celebrara la fiesta de la Beatificación de Mons. Oscar Romero, Mártir de la Iglesia salvadoreña.
El Papa ha insistido, siguiendo el legado de los Papas anteriores, en la urgencia de una Nueva Evangelización, que requiere que sea nueva en sus métodos, nueva en su expresión y nueva en su ardor. La novedad de la evangelización exige que la Iglesia se resitúe al modo del Papa argentino, respondiendo con coherencia a los signos de los tiempos que nos presentan un mundo globalizado, tecnologizado y con necesidad de respuestas acertadas e inculturadas, que incidan en lo medular de la vida del hombre contemporáneo.
Pero, ¿qué le trae este Papa a la iglesia hispana en los Estados Unidos? Podríamos resumirlo en tres palabras: universalidad, confianza y esperanza.
Universalidad: La presencia del Sucesor de Pedro siempre ha sido signo de universalidad eclesial. El Papa, que preside la Iglesia en la caridad, nos recuerda que el mensaje salvífico de Jesucristo tiene alcance mundial. La propuesta salvadora no tiene límites y está disponible para todos los hombres y mujeres de todas las generaciones. El Papa quiere enseñarnos que el amor de Dios, su misericordia y su predilección, es un regalo universal al que todos tenemos acceso independientemente de nuestras historias personales. Dios únicamente necesita nuestra apertura para que su invitación a ser partícipes de su obra salvadora tenga lugar en cada persona.
La Iglesia de origen hispano en Estados Unidos debe ir madurando conforme a su desempeño y participación en las estructuras sociales, culturales y eclesiales, saliendo del anonimato y del sentimiento de marginalidad que puede haber sufrido en algunas épocas. Esto significa un proceso de toma de conciencia de su propia identidad, aceptando los orígenes particulares y valorando los quehaceres de la Iglesia que nos recibe.
Es importante que entendamos que no se trata de una competencia con aquellos que nos han recibido, sino de una valoración de lo que significa ser inmigrantes, también en el ámbito de la fe, como aquellos que van en busca de la tierra prometida anhelantes de nuevas expresiones de fe.
Universalidad no significa que todos seamos iguales ni que deberíamos serlo, sino que todos tenemos igual acceso al amor de Dios, comunicado a nosotros en el Bautismo. De allí nace nuestra dignidad y de allí surge la valoración de los distintivos de nuestra diversidad: entendiendo que todos somos hijos del mismo Dios y hermanos entre nosotros, enviados a la misma misión de conquistar a otros, a conocer la novedad salvadora de Jesucristo y a convivirla en la Iglesia, familia de Dios.
Pertenecemos a una Iglesia, la única fundada por Jesucristo, cuyas raíces nos remontan a los apóstoles y nos conectan con su fundación divina. Por eso es que la presencia del Papa Francisco nos habla de nuestra catolicidad y nos ayuda a levantar la mirada y entender que la vida de nuestras comunidades parroquiales es una muestra clara de la vida de la Iglesia universal.
Confianza: El Papa Francisco nos está enseñando a confiar en la misericordia divina y a entender que Dios es nuestro Padre, que nos ama con amor infinito y que nuestras vidas dependen de él completamente. Es en él en quien nos movemos y existimos y mientras vivamos en este mundo somos responsables de nuestra respuesta a ese amor suyo. Por eso es que el Papa ha convocado al Año Santo de la Misericordia, que comenzará este próximo 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción. Un Año Santo para renovar nuestro compromiso con Dios, que nos ama y nos ama hasta el extremo, hasta el punto de entregar a su Hijo a la cruz para salvarnos, para liberarnos, para darnos nueva vida.
La confianza en Dios que nos enseña el Papa no es una respuesta inmadura en medio de la desesperación que nos puedan traer los problemas, sino la respuesta propia de los hijos que saben que su Padre está a cargo de todo y que en él no hay miedos insuperables ni necesidades sin respuestas. Confiar en Dios es caer en la cuenta de que no hay nada, absolutamente nada en esta vida que no tenga su respuesta en él, nuestra razón última de vivir.
La visita del Papa Francisco nos enseña a los hispanos en este país que la vida es mucho más que la suma del día a día; que nuestra fe es más que las prácticas religiosas. Nos enseña que el seguimiento a Jesucristo comporta todo nuestro quehacer y compromete todas las áreas de nuestras vidas. Que no podemos ser católicos de nombre ni católicos mediocres, que se conforman con lo mínimo necesario. El Papa nos está empujando a ir más hondo para que, conociendo los secretos del Corazón de Cristo, vivamos nuestra vida llena de sentido.
Nuestra condición de inmigrantes nos ha enseñado muchas lecciones pero aún debemos convencernos de que nuestra fe debe abarcar todos los aspectos de la vida. No es un asunto de sentimientos sino de compromiso. Nuestro amor a Dios debe ser completo. Dios no quiere una parte de tu vida; lo quiere todo. Es un Dios exigente, sediento de tu amor.
Esperanza. La esperanza cristiana es la virtud que nos invita a “esperar” en Dios todos los bienes, especialmente la vida eterna. Muchos han venido a este país en busca de mejores condiciones de vida, cada cual con sus propios motivos. Muchas veces las realidades materiales determinan las decisiones de la vida, pero no nos podemos quedar en eso. Nuestros días no pueden estar determinados por querer “tener lo que nunca tuvimos”. La sociedad actual nos arrastra a buscar más y nos puede tentar a perder la visión de lo importante, de lo que dura para siempre, del anhelo por conquistar los bienes eternos.
Esta esperanza es la apertura del corazón a los designios de Dios y a aceptar su voluntad como la norma de nuestras vidas, sabiendo que no caminamos solos sino en familia, la familia de los hijos de Dios. Es por eso que debemos ser signos vivos que griten a todas nuestras comunidades que nuestro arraigo en Dios nos transforma y nos compromete a ser héroes suyos en nuestra vida diaria.
Desde su anuncio como Papa, Francisco nos está enseñando que lo importante es hacer la voluntad de Dios. Al día siguiente de su nombramiento decidió que viviría entre los residentes de la Casa de Santa Marta, para estar más cerca de las personas a las que sirve. Cuando lo hemos visto viajando, él mismo carga con sus pertenencias. Es, sin duda, una llamada a la simplicidad de vida; a que aprendamos a despojarnos de tantas cosas que cargamos en la vida y que en lugar de aligerarnos el paso no nos dejan crecer ni avanzar en la dirección correcta.
La auténtica esperanza cristiana exige un cambio de perspectiva en la vida, un cambio en la toma de decisiones y en la manera como vivimos los valores humanos y cristianos. El seguimiento a Jesucristo exige jugarse la vida completa, hasta las últimas consecuencias. Nuestra esperanza está en que, luego de poner todas las fuerzas por conquistar el cielo durante los días de nuestra vida, al final, nos encontraremos con el rostro del Padre Dios, que nos ama y nos invita al banquete de las Bodas eternas.
Entregamos la visita del Papa Francisco a la intercesión de María Santísima, la Inmaculada Concepción, Patrona de los Estados Unidos, mujer que camina con este pueblo inmigrante, que milita por alcanzar los premios de su Hijo Jesucristo.
El padre Juan Puigbó ejerce su ministerio sacerdotal en la Parroquia de Todos los Santos, en Manassas, Virginia.
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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