El “Evangelio del encuentro” del Papa Francisco
POR: REV. GUY NOONANSan Francisco de Asís es conocido por muchas cosas, pero principalmente por la importancia que atribuía a la fraternidad. Dondequiera que iba a cada cual lo llamaba hermano o hermana, desde los hombres que ingresaban a su comunidad hasta el sultán de Egipto.
Incluso llegó a hablar del “hermano Sol y la “hermana Luna”. Cada vez que pienso en esto, se me ocurre que las palabras hermano, hermana y amigo son palabras de encuentro, porque hablan de una relación que va más allá de un conocimiento superficial. Se trata de alguien con quien tú te sientes cómodo, alguien con quien has compartido tu vida, alguien a quien conoces bien, incluso aunque no estés siempre de acuerdo con él o ella.
También me gusta esta imagen de la fraternidad porque me hace recordar el énfasis que el Papa Francisco pone en el encuentro y la compañía. Francisco pone de relieve a menudo el hecho de que todos somos partícipes de la gracia de Cristo, seamos sacerdotes u obispos o laicos. Le gusta hablar de cómo esta gracia nos ayuda a tener encuentros sinceros unos con otros porque todos formamos parte de la misma familia.
El Papa dio a conocer este tema desde el principio de su pontificado, cuando visitó la ciudad de Asís en octubre de 2013. En una reunión de sacerdotes dijo lo siguiente:
“Creo que esta es en realidad la experiencia más maravillosa que podemos tener: pertenecer a un pueblo que camina, que peregrina por la historia junto a su Señor… No estamos solos y no caminamos solos. Todos formamos parte del rebaño de Cristo que va caminando junto… Y mientras vas caminando vas hablando, y así vas conociendo al otro, y le cuentas al otro acerca de ti mismo y así vas creciendo como familia.”
Un modelo de escucha. Esta es, me parece, la esencia de la visión que tiene el Papa Francisco para el Sínodo sobre la Familia, que tendrá su segunda sesión en Roma en el mes de octubre venidero. En este sínodo, el Papa ha pedido que se haga conversación con todo el mundo. Cuando comenzó este proceso, les dijo a los obispos: “Quiero que tengan una conversación con su pueblo para que la voz de ellos llegue a mis oídos.” Les pidió que enviaran un cuestionario a todos sus feligreses, no sólo a sus sacerdotes, para que todos compartieran sus historias acerca de las alegrías y los desafíos de la vida matrimonial y familiar.
Luego, en la primera reunión que hubo en octubre pasado, Francisco les dijo a los obispos reunidos con él: “Quiero que todos los que estamos aquí hablemos libremente y sin temores acerca de las inquietudes que tiene cada uno, pero también les pido que escuchen con humildad. No se preocupen de los desacuerdos. Yo me ocuparé de la unidad de la Iglesia.”
El Papa Francisco creó una atmósfera de encuentro en el Sínodo, un espacio donde los obispos podían tener conversaciones sinceras entre sí. Y desaparecieron los discursos escritos de los superiores que hablan sin tener en cuenta a los demás. Ahora había un nuevo modelo, un modelo de encuentro, un modelo de peregrinación en el que todos caminan juntos. Y dijo claramente que quiere que todos sigamos el mismo modelo.
Como párroco, estoy tratando de acatar la llamada del Papa, y en realidad la diferencia que está haciendo es clara. Hoy me he sentido más libre que en el pasado para hablar de temas delicados con la gente de mi parroquia. Y lo que es más importante, me siento más libre para escuchar lo que me están diciendo. Y no es sólo que me suceda a mí. Escucho que varios párrocos dicen lo mismo. El Papa Francisco nos ha llamado a “salir y hacer lío”, en el sentido de proyectarse más allá de “lo de siempre”, y veo que esto está en efecto sucediendo. Hacer lío, pero un “lío santo”, inspirado por Dios.
Hablar con franqueza y escuchar con humildad no siempre es fácil, pero estoy convencido de que esto nos ayudará a discernir más claramente lo que nos está comunicando el Espíritu Santo.
Derribar las barreras. Y estoy alentando a mis feligreses a escuchar también. Uno de los apostolados que apoyamos es un comedor social en el centro de la ciudad de San Agustín. He descubierto que hay mucha gente bien intencionada que está dispuesta a servir la comida en este apostolado. Tú cocinas la comida, la pones en la mesa, te sitúas detrás de la mesa y sirves la comida a la gente que viene. Sí, es una medida de seguridad, porque esa mesa es una barrera que te separa de los pobres y de los sin casa a quienes les estás dando de comer.
Pero es mucho más difícil sentarse a la mesa con esta gente y cenar con ellos. Ahí es donde ellos empiezan a contar sus historias, y la situación puede tornarse incómoda. Hay muchas de las personas que vienen al comedor social que nos cuentan que han terminado viviendo en la calle. Una era una secretaria en una oficina de abogados, otro fue un hombre de negocios, otro fue un maestro de escuela. Pero algo trágico sucedió en su pasado, ya fuera inesperado o causado por malas decisiones, y toda la vida de la persona comenzó a derrumbarse y deshilvanarse.
Cuando uno escucha estas historias y deja que cada caso lo interpele a uno, esta persona sin casa ya deja de ser un extraño, ya no es un “desconocido” ni “otro” a quien puedes despedir sin más en cualquier momento. Al principio, te parecen sucios, borrachos o fracasados, pero a medida que uno va escuchando, se va dando cuenta de que no son del todo tan diferentes de uno mismo. Por eso insto a nuestros feligreses a no quedarse detrás de la mesa, protegidos por esa barrera. Todos nosotros, yo incluido, necesitamos tocar la vida de las personas a quienes estamos sirviendo y dejar que la vida de esas personas nos toque a nosotros.
Compañeros de viaje. Hay una tradición jesuita que data desde la época de San Ignacio de Loyola y sus Ejercicios Espirituales, y que tiene como idea central la palabra “acompañamiento”. Creo que esto es lo que nos está pidiendo hacer el Papa Francisco. Nos está pidiendo que seamos compañeros unos de otros mientas vamos caminando juntos hacia el Señor.
En mi parroquia, yo invito a las personas a considerar que no hay solo un tipo de personas a quienes debemos acompañar; es decir, no pensar sólo en los que son como nosotros. Debemos abrirnos a otras personas, de orígenes diferentes, de otros niveles de educación y de edades distintas. Hay también personas que provienen de matrimonios destruidos, gente en uniones del mismo sexo y otros con puntos de vista políticos distintos de los nuestros. Hay toda una variedad de personas que están allí y es preciso que los reconozcamos por muy diferentes que los consideremos, porque Jesús está allí presente en todas sus historias.
Por ejemplo, digamos que viene a verme una señora divorciada que se ha vuelto a casar sin haber obtenido previamente la nulidad religiosa; es decir, se encuentra en una situación que es claramente contraria a la disciplina de la Iglesia. En esto, siendo yo párroco, reconozco que esta señora, y todas las personas que se encuentren en la misma situación, necesita que su caso sea planteado a la luz del Evangelio; pero también me doy cuenta de que no tengo que enfocarme sólo en ese punto. También me puedo enfocar en su necesidad de hacer amistad con otras personas ahora mismo, gente que escuche lo que le ha sucedido y le demuestre amor por lo que ella es: una hija de Dios.
En nuestro programa de RICA, les pido al equipo de catequistas y a los padrinos y madrinas que consideren que su trabajo no es tanto un asunto de enseñanza teológica o doctrinal, sino de una peregrinación compartida. Quiero que se enfoquen en compartir sus historias y escuchar a los candidatos, de modo que éstos se sientan bien acogidos y apreciados. No necesito que los catequistas sean expertos en teología ni maestros de doctrina que se limiten a dar información; necesito que sean compañeros de viaje, que vayan junto con los candidatos apoyándolos en sus travesías de fe.
Escuchar, amar, aprender. Entonces, la pregunta que cada uno debe hacerse es: “¿Cómo puedo yo ser una persona que acompañe más a otros? ¿Cómo podemos ser nosotros una familia de compañeros?” Sobre esto, quiero dar algunas sugerencias.
Primero, escuchar. Muchos de nosotros tenemos hijos que tienen opiniones diferentes de las nuestras, y algunas de esas opiniones seguramente no van en línea con la doctrina de la Iglesia. O bien, conocemos a vecinos o amigos de la parroquia con quienes no concordamos en muchas cosas. Tratemos de escucharles cuidadosamente para enterarnos de lo que están diciendo, y evitemos la tentación de sacar conclusiones precipitadas o de interrumpirlos. Más bien, tratemos de escuchar con un corazón compasivo.
Segundo, amar. La Escritura nos dice que el amor cubre una multitud de pecados (1 Pedro 4, 8). El amor también nos ayuda a considerar otras opiniones con paz. Esto nos puede ayudar a lograr un acercamiento de corazones, aunque no sea aún un acercamiento de razones. Recuerda que Dios ama a la persona a quien estás escuchando tanto como te ama a ti. Piensa en ese amor con atención, de modo que te impida tener pensamientos de juicio y condenación. Permite que el amor te ayude a mantener un corazón flexible y una mente abierta para escuchar lo que Dios les está diciendo a los dos.
Finalmente, aprender. Si te dedicas a escuchar y amar, siempre vas a descubrir algo nuevo, un nuevo entendimiento, o una nueva manera de apreciar las verdades de nuestra fe. Pero tienes que estar dispuesto a aprender. Trata de entender el punto de vista de la otra persona, y procura encontrar ideas que nunca antes habías considerado; luego compáralas con lo que ya sabes y entiendes, y ve si Dios te está ayudando a ti y a la otra persona a crecer en amistad y confianza.
Caminar juntos. En su exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”, el Papa Francisco nos pidió que aprendiéramos a encontrarnos “con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino, sin resistencias internas” (Evangelium Gaudium, 91).
Quiera el Señor que todos dejemos de lado nuestras reservas y caminemos juntos hacia el Reino de Dios.
fuente Devocionario Católico La Palabra entre nosotros
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