miércoles, 9 de marzo de 2016

La gracia del ayuno

La gracia del ayuno

La Cuaresma, un tiempo de adelantos

“Cuando faltaba una semana para el Miércoles de Ceniza —dijo la madre a sus tres hijos pequeños— por eso, vamos a dejar de comer caramelos y tomar helados durante la Cuaresma.” “¡Pero, Mamá —alegó el más pequeño— ya lo hacemos todas las noches desde que nos acostamos hasta el desayuno! ¿No es suficiente eso?”

Si lo pensamos en serio, en realidad la mayoría de nosotros simpatizamos con este pequeño, porque sinceramente no nos gusta ayunar y muchas veces nos preguntamos cuál es el verdadero valor del ayuno. ¿Qué beneficios obtenemos de privarnos de algún tipo de comida que nos gusta u otra forma de satisfacción? ¿De qué modo nos hace esto crecer espiritualmente?

Tal vez la manera de entenderlo es pensar en cómo se entrenan los atletas. Todos ellos hacen ejercicios hasta el límite de su capacidad, hasta quedar agotados. Tienen una disciplina diaria de ejercicios y, además, mantienen una dieta muy estricta. Es decir, se esfuerzan al máximo y lo hacen ¡para ganar un partido o una competencia! Para ellos, el premio y la satisfacción de ganar valen la pena el esfuerzo y la preparación. Y lo mismo sucede con el ayuno. Si podemos ver más claramente algo de sus beneficios, más desearemos hacerlo. Así pues, comenzaremos analizando algunos pasajes bíblicos que ponen de relieve los resultados del ayuno y las privaciones.

La santidad del desierto.
La Biblia suele presentar el desierto como un lugar sagrado, un lugar de prueba, donde las personas encuentran al Señor y salen renovadas y fortalecidas. Después de salir de Egipto, los israelitas pasaron 40 años deambulando por el desierto. Ese fue un tiempo de purificación y preparación antes de llegar a la Tierra Prometida (Deuteronomio 8, 2). Moisés pasó 40 días en oración y ayuno en el Monte Sinaí a fin de estar bien dispuesto para encontrarse con el Señor y recibir los Diez Mandamientos (Éxodo 24, 18). A su vez, el profeta Elías, después de alimentarse de la comida que el Señor le proveyó, recibió la fortaleza necesaria para la caminata de 40 días que tuvo que hacer por el desierto hasta el monte Horeb. Una vez allí, después de completar su ayuno, también tuvo un profundo encuentro con el Señor que se le manifestó como una voz suave y susurrante (1 Reyes 19, 1-13).

Y, naturalmente, por encima de todo vemos al propio Jesucristo, que pasó 40 días en el desierto haciendo ayuno y oración (Marcos 1, 13). Durante todo este tiempo, el Señor experimentó no sólo un hambre extrema, sino también los intensos episodios de las tentaciones del diablo. Este período de sacrificio personal en el desierto, que vino justo después del bautismo, fue una preparación crucial para el ministerio de nuestro Señor, pero también una prefigura de su pasión, en la que renunciaría a su vida misma para nuestra salvación.

Estos relatos nos hacen ver claramente que el ayuno y el desierto están estrechamente relacionados entre sí, especialmente durante la Cuaresma. En el curso de toda esta temporada de gracia, Dios nos invita a cada uno a tener nuestro propio tiempo de desierto personal. Nos pide separarnos del mundo en cierto grado y privarnos de algunos placeres habituales, con el fin de tener encuentros más íntimos y profundos con el Señor. Si podemos combinar el ayuno cuaresmal con este sentido de esperanza y visión del desierto, podremos beneficiarnos de tantas bendiciones como Elías, Moisés y Jesús. Escucharemos la voz de Dios, aprenderemos a reconocer su forma de actuar, descubriremos un nuevo poder para hacer la voluntad de Dios y ser instrumentos aptos de su bondad para cuantos nos rodean.

Adelantos cuaresmales.
Tú, en cambio, cuando ayunes… tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará” (Mateo 6, 16. 18)

Cabe notar que en este pasaje, Jesús no dijo “si ayunas”; dijo “cuando ayunes.” El Señor quiere realmente que hagamos de esta práctica espiritual un hábito regular, porque sabe lo mucho que nos bendecirá. Sí, es cierto que ayunar significa morir a nosotros mismos, pero también es mucho más que eso. Cuando lo unimos a la oración, el ayuno nos conduce a experimentar adelantos espirituales. Veamos: Moisés recibió los Diez Mandamientos. Elías descubrió que su fe se renovaba. Jesús terminó su ayuno “con el poder del Espíritu” y comenzó a predicar y realizar milagros (Lucas 4, 14).

Lo interesante es que todos podemos experimentar adelantos importantes en nuestro caminar con el Señor si dedicamos los 40 días que vienen a abstenernos periódicamente de aquello que más nos gusta y enfocamos la atención del corazón en la Persona y la Palabra de Jesucristo, nuestro Señor. Si lo hacemos, nuestro Padre nos recompensará con grandes dones de paz, alegría y salud, no porque hayamos logrado convencer a Dios de que nos bendiga, sino porque nos habremos privado de las distracciones inútiles para que el Altísimo nos llene más de su gracia.

El ayuno también nos hace avanzar en nuestro caminar hacia el cielo, porque nos ayuda a purificar la mente. Recuerde que el desierto es un lugar de paz y tranquilidad, un lugar de relajación y muy pocas distracciones. Si podemos mantener el sentido de un desierto durante el ayuno, podremos aprender a reconocer aquellos aspectos de nuestra vida en los que somos débiles o tenemos hábitos de pecado. La quietud y las privaciones que caracterizan el ayuno tienen potencial para llevarnos a reconocer nuestras faltas y arrepentirnos de ellas, todo lo cual nos hace crecer en humildad y en mayor apertura y sensibilidad para experimentar la presencia de Cristo en nuestra vida.

Finalmente, el ayuno nos ayuda a construir un lugar de quietud y reflexión en el corazón. Muchos de nosotros llevamos una vida muy ocupada, de múltiples responsabilidades y también llena de distracciones. Y aun cuando no sea demasiado negativa, a veces caemos en un falso sentido de gran ajetreo, como si no hubiera suficientes horas en el día para hacer todo lo que queremos hacer, y terminamos sintiéndonos víctimas del trabajo y las responsabilidades. Pero si anhelamos experimentar un crecimiento en la vida espiritual en esta Cuaresma, tenemos que reprogramar las actividades del día y dejar tiempo para el Señor. ¡No hay otro camino! Tenemos que aprender a “buscar primero el Reino de Dios” (Mateo 6, 33). Por eso, el ayuno nos ayuda a dedicar los 40 días de la Cuaresma a calmar la mente y el corazón en la presencia de Dios, al punto de que llegue a ser una parte normal y habitual de la vida.

Pero, una advertencia: no todo depende de nosotros. Morir a nosotros mismos, privarnos de manjares, arrepentirnos, reordenar nuestros planes y horarios, buscar a Dios primero… todo esto suena como si la Cuaresma fuera un tiempo que depende completamente del esfuerzo humano. Naturalmente, lo que nosotros hacemos es válido y puede dar buenos resultados. Pero mucho más importante es lo que Dios hace en nosotros. ¡Este es precisamente el sentido y el propósito del ayuno y las privaciones!

El ayuno y el arrepentimiento. Alrededor del año 400 a.C., el profeta Joel exhortó al pueblo de Judá en nombre del Señor diciéndoles: “Vuélvanse a mí de todo corazón, con ayunos, con lágrimas y llanto” (Joel 2, 12). Era una época de crisis, en que todo el país sufría una enorme plaga de langostas que destruían todas las cosechas, había hambruna y toda la nación estaba al borde del desastre. Joel, ungido por el Espíritu Santo, vio que la plaga era consecuencia de la vida de pecado que llevaba el pueblo, por eso instó insistentemente a todos a volverse al Señor y arrepentirse de sus maldades, su infidelidad y su corrupción. ¿Cómo reaccionó la gente? Todos, grandes y pequeños, tomaron en serio la Palabra de Dios y convocaron un ayuno general; se arrepintieron de sus pecados y se comprometieron a cambiar el modo de tratarse entre sí. ¿Qué pasó después?

“El Señor mostró su amor por su país; compadecido de su pueblo” (Joel 2, 18) y les prometió que el grano, el vino y el aceite fluirían en abundancia nuevamente: “Yo les compensaré a ustedes los años que perdieron a causa de la plaga de langostas” les dijo “Ustedes comerán hasta quedar satisfechos, y alabarán al Señor su Dios” (2, 25. 26).

Cuando nos volvemos al Señor con ayuno y arrepentimiento sincero, Dios responde de un modo extraordinariamente generoso. Él mismo viene a ayudarnos en nuestra debilidad (v. Romanos 8, 26); en las tentaciones, dirige nuestros pasos (1 Corintios 10, 13) y nos promete “enaltecernos” (Santiago 4, 10). ¡El Señor nos hace avanzar de una manera real y palpable!

Sabiendo todo esto, hermano o hermana, pon atención para que veas los cambios que sucederán en ti cuando te decidas a hacer ayunos durante esta Cuaresma. Por ejemplo, tal vez te resulte más fácil hacer oración y meditación; quizá percibas un mejor sentido de que Dios te ama personalmente, o veas que puedes expresarle más amor a tu esposa (o marido) y a tus hijos. Ve si tienes más paciencia con los demás, o si eres menos propenso a juzgar, criticar o guardar resentimientos. A lo mejor descubres que ya no tiendes a discutir tanto o que te agrada ser más generoso. Las posibilidades son muchísimas. ¡Es inimaginable lo que Dios puede hacer con un corazón humilde y arrepentido!

Proclame un ayuno. La Cuaresma puede ser un poderoso período de renovación espiritual. Si entendemos bien el significado, el potencial y el beneficio del ayuno, la oración y el arrepentimiento, Dios nos inspirará y nos dará fuerzas para decidirnos a cambiar e iniciar una vida nueva. Incluso uno puede descubrir que el Señor le da un sentido más claro de misión o vocación, como por ejemplo participar en una pastoral de la parroquia, ser voluntario en un albergue para personas sin casa, o tal vez otra cosa, algo completamente inesperado. ¡Claro que puede ser! En resumen, la Cuaresma bien llevada es fuente de avances y descubrimientos espirituales que ni siquiera nos hemos imaginado.

Así pues, ¿por qué no proclamas un ayuno en tu casa en esta Cuaresma? Esfuérzate por vivir de un modo más sencillo en los 40 días siguientes. Prívate de los placeres o satisfacciones que más te gustan para que puedas concentrarte en el Señor, en su palabra y en su voluntad. Pero no te quedes inactivo, decídete a seguir los pasos de Jesús por el desierto, para que salgas a la luz en la Pascua de Resurrección con un corazón renovado y más parecido al del Señor: más amable, más devoto y más capaz de rechazar las tentaciones. Y reza para que los adelantos cuaresmales no sean sólo para ti, sino para todos tus familiares inmediatos y lejanos, tus amigos y conocidos, y toda tu comunidad parroquial.

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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