jueves, 15 de septiembre de 2016

Meditación: Juan 19, 25-27


Nuestra Señora de los Dolores

Desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él. (Juan 19, 27)

Por lo general todos tenemos objetos que nos recuerdan a la Virgen María, como iconos, estatuas y rosarios. Pero ¡qué le habrá parecido a Juan, el discípulo amado, llevarse a la propia Madre de Dios a vivir en su casa! Sin duda, vivir junto a ella debe haber sido una experiencia profunda y transformadora, porque conversando con ella él tiene que haber podido entender mucho mejor las actitudes, las palabras y las acciones del Señor y acrecentar así su capacidad de dar testimonio de Cristo en el mundo.

Lo más probable es que Juan y María hayan rezado juntos y comentado sobre la vida y la muerte de Jesús. Cuando Juan relataba algunas de las experiencias que había tenido junto a Jesús, ella debe haberle ayudado a captar el sentido, aclarando el significado de los acontecimientos importantes sucedidos en la vida de su Hijo: su nacimiento, su niñez y su adolescencia en Nazaret, su trabajo con José y su ministerio público y hasta su Pasión. Lo que tenía Juan no era un rosario, sino la presencia viva de la santísima Madre, que le explicaba los misterios de la fe.

Al pie de la cruz, María era Nuestra Señora de los Dolores, pero el enorme dolor de ver a su Hijo flagelado, ensangrentado y crucificado se combinó de alguna manera con la alegría de entender que Jesús estaba obteniendo la redención para todo el género humano. Ella nos enseña, pues, que hasta en los dolores más desgarradores, está presente la esperanza de un Salvador y la promesa de la vida eterna para cuantos se mantengan firmes en la fe y confíen en Dios.

¿Cómo podemos nosotros recibir a la Virgen María en nuestro hogar? Naturalmente, rezando el santo rosario y reflexionando con ella en los misterios de su Hijo, y también en nuestras propias confusiones y anhelos, y pidiéndole que nos ayude a entenderlos y aceptarlos. Podemos pedirle que nos enseñe a aceptar a aquellos hijos suyos que a veces nos cuesta comprender y tolerar y ser amables con ellos. María es la madre de toda la Iglesia, así que podemos considerarla como madre nuestra también.
“Santísima Virgen María, ayúdame a reconocer mis faltas y errores y corregirme, para librarme de las tinieblas del pecado. Así podré alabarte libremente, Madre de la Luz verdadera, Jesucristo, nuestro Señor.”
1 Corintios 15, 1-11
Salmo 118(117), 1-2. 16-17. 28

fuente:Devocionario católico la palabra con nosotros

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