Por lo general en las reuniones sociales, o incluso en la iglesia, no se habla de dinero porque algunas personas se incomodan, por considerar que es un tema demasiado personal.
Sin embargo, en la vida cristiana práctica, nos conviene analizar cómo usamos el dinero, para ver si lo hacemos en forma prudente o si nos mueve algo de codicia.
En el Evangelio de hoy, el Señor se dirige no solo a sus discípulos y los pobres de sus días, sino también a los ricos, y son palabras que siguen aplicándose a todos en la sociedad: ricos y pobres y todos los que quedan entre ambos extremos.
Jesús nos advirtió que, si nos descuidamos, el dinero puede llegar a dominarnos. Casi todos piensan que saben manejar bien sus finanzas, pero en muchos casos es el dinero el que determina sus decisiones, es decir, que llega a ser el amo. ¿Cuántas personas hay que creen que realmente tienen dinero suficiente? Los fariseos no se consideraban “amantes del dinero” (como Lucas dice que eran), porque en realidad, ¡nadie considera que lo es! La advertencia de Jesús, de que no se puede servir a Dios y al dinero, fue un golpe duro y lo sigue siendo. La gente se incomoda por esta enseñanza y tiende a mofarse de quien la enseña.
No obstante, es algo que no se puede ignorar. ¿Es Dios o el dinero el que nos domina? Quizá no haya una sola respuesta para cada situación, porque a veces podemos experimentar actitudes diferentes. Conviene, pues, examinarse ante el Señor cada día.
Por eso de vez en cuando sugerimos a nuestros lectores que se propongan realizar fielmente ciertas prácticas para su crecimiento espiritual: Dedicar por lo menos diez minutos al día a la oración personal, a la alabanza y a la adoración a Dios; hacerse un diario examen de conciencia y arrepentirse de los pecados que honestamente uno reconozca haber cometido; dedicar diez minutos o más al día a leer la Escritura, pidiendo la iluminación del Espíritu Santo; adoptar un plan de crecimiento espiritual que incluya lectura de libros espirituales, y participar en la vida sacramental y comunitaria de la Iglesia.
“Señor, tú eres mi Señor, mi único Señor. No quiero dejarme dominar por el dinero ni por nada más que tú. Ayúdame a rechazar la tentación de buscar la seguridad en los bienes materiales y reafirmar mi fidelidad a tu amor y tu poder.”Filipenses 4, 10-19
Salmo 112(111), 1-2. 5-6. 8-9
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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