San Martín de Tours
Habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra abandonada. (Lucas 17, 35)
Para la mayoría de las personas la idea del fin de los tiempos no es placentera; pero Jesús habló de estas cosas y la Iglesia nos invita también a reflexionar sobre las promesas del Señor en cuanto a lo que ha de suceder hacia el final. Jesús enseñó que al final habrá una separación: “Aquella noche habrá dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro abandonado.”
La cultura moderna se desentiende de estas advertencias de juicio. Muchos afirman que Dios es tan compasivo que no condenará a nadie. Esto es cierto, pero también es cierto que el pecador empedernido es quien se condena a sí mismo. El Padre es tan absolutamente santo y justo que nada impuro puede soportar el potente resplandor de su Divinidad. Pero siempre habrá quienes persistan obstinadamente en llevar una vida de pecado y las consecuencias serán nefastas para ellos. Por eso, Jesucristo ha recibido de Dios la autoridad para juzgar y todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios.
Lamentablemente, a los ojos del mundo, nada ha cambiado: “Lo que sucedió en el tiempo de Noé también sucederá en el tiempo del Hijo del hombre: comían y bebían, se casaban hombres y mujeres, hasta el día en que Noé entró en el arca.” Los incrédulos proseguirán la rutina de su vida hasta que llegue el tiempo fijado por Dios.
Ahora bien, muchas personas se atemorizan pensando en las cosas que sucederán en los días finales, pero lo que el Señor quiso hacer fue tenernos sobre aviso, de modo que estemos preparados para su segunda venida. Por eso nos dijo: “Acuérdense de la mujer de Lot” —ella se negó a confiar en el mensaje del ángel y deseó más bien volver a su vida pasada— y añadió “Quien intente conservar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.”
El Espíritu Santo quiere enseñarnos a desprendernos del apego malsano a las cosas terrenales (dinero, propiedades, prestigio personal, afán de admiración de los demás, fama o poder) y buscar primero el Reino de Dios.
“Señor y Redentor nuestro, concédeme la gracia de ser dócil al Espíritu Santo para seguir siempre sus inspiraciones con amor y fidelidad, de manera que yo esté preparado de corazón para el día en que Dios me llame a su santa presencia.”2 Juan 4-9
Salmo 119(118), 1-2. 10-11. 17-18
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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