miércoles, 16 de noviembre de 2016

Meditación: Lucas 19, 11-28


Santa Margarita de Escocia

Jesús se dirigía a Jerusalén para completar su misión. Por el camino, resuelto a afrontar su pasión, muerte y resurrección, dio muchas enseñanzas y parábolas acerca del significado y la importancia de ser discípulo suyo. Su sacrificio en Jerusalén sería el acto más trascendental de la historia humana, y la forma como reaccionemos nosotros ante esa realidad será la que determinará si lo que nos espera será la vida o la muerte.

Por eso, considerando que Cristo murió y resucitó por nosotros, nadie puede abstenerse de responder de alguna forma. Esta parábola de Jesús permite tres posibles respuestas. Una sería rechazar la idea de que Jesús quiere ser nuestro Rey y Señor (versículo 14); otra, reconocerlo, pero por temor u otra razón, no aceptar realmente su autoridad ni dar el fruto que él desea recoger (versículos 20 a 24); la tercera sería aceptar el señorío de Jesús, trabajar con dedicación y dar el fruto espiritual para el cual hemos recibido los dones y talentos que Dios nos ha dado (versículos 16 a 19).

Para dar esos frutos, es preciso creer en la Persona de Jesús, unirnos a su muerte y su resurrección mediante la fe y los sacramentos y pedirle a él que actúe libremente en nuestra vida. Solo así podremos subordinar nuestras aspiraciones al plan perfecto de Dios para nuestra vida, con toda la abundancia de bendiciones que contiene para sus hijos. Cuando sometemos el intelecto, las emociones y la voluntad al Espíritu Santo, podemos rendir un buen “interés” espiritual para Dios. Esta actitud engendra prioridades, objetivos y acciones personales que son útiles para servir y honrar a Dios.

Pero la capacidad, la inteligencia o la situación que tengamos en la vida no son las que van a determinar el resultado, sino la manera en que usemos los talentos que él nos haya dado y seamos obedientes a sus mandamientos, porque lo que hagamos será lo que demuestre si realmente llevamos una vida de fe, amor y fidelidad a Dios.

El Reino de Dios está aquí y gracias al Espíritu Santo podemos aprovechar los primeros frutos de ese Reino; pero lo seguiremos haciendo si continuamos llevando una vida de amor a Dios y al prójimo.
“Señor Jesús, te amo, te alabo y te doy gracias por los dones y talentos que me has dado a mí y a mis seres queridos. Enséñanos a usarlos para tu mayor gloria.”
Apocalipsis 4, 1-11
Salmo 150, 1-6

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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