miércoles, 2 de noviembre de 2016

RESONAR DE LA PALABRA 02112016

Evangelio según San Mateo 25,31-46. 
Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'. Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna". 

RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf


      Hoy es un día para moverse entre el dolor y la esperanza. Lo primero que se nos viene a la mente son nuestros difuntos. Esos que son inequívocamente “nuestros”. Por familia, por amistad, por... Están en nuestra memoria y en nuestro corazón. Cuando se fueron, nos hicieron sentir huérfanos. Y nos dejaron en una soledad tremenda. En algún momento llegamos a pensar que cómo era posible que siguiera amaneciendo cada día después de lo que habíamos pasado. El dolor nos contrajo, nos paralizó, nos dolieron hasta los huesos. Hoy ya no duele tanto –el tiempo pasa– pero siguen ahí, “nuestros” difuntos, clavados en la memoria, formando parte de nuestro día a día. Hay es día para acordarnos de ellos. Pero el recuerdo doloroso se nos anima en la esperanza que nos da la fe. Porque Jesús resucitó. Porque Jesús venció a la muerte. Porque no puede ser que tanto amor –el amor de Dios y el nuestro– desaparezca para siempre. Porque el amor pide vida y comunicación. Así desde la fe vivimos este día. 

      Pero la mirada cristiana nos abre los ojos a otra perspectiva más amplia. No basta sólo con acordarse de los familiares, de los vecinos, de los cercanos. El Reino nos habla de universalidad, de familia que va más allá de los lazos de la sangre y de la carne, de la raza y la nación. El Reino rompe barreras y nos hace sentirnos hermanos de todos los hombres y mujeres de este mundo. Hoy, como siempre, todos son hermanos nuestros. Porque todos son hijos del mismo Padre que está en el cielo. Ni uno se escapa a esa identidad profunda. 

      Teníamos que tener esta dimensión tan importante para el cristiano como es la universalidad en este día en que conmemoramos a todos los fieles difuntos. A todos. Y podríamos empezar por los más lejanos. Por los más desconocidos. Sería bueno que nos acordásemos de los difuntos sin nombre, anónimos. Esos de los que no se acuerda nadie. Hay muchos. Me contaron una vez que en el cementerio de una población de la costa sur de España, cerca del Estrecho de Gibraltar, allá donde África está muy cerca de Europa, hay unas cuantas tumbas sin nombre. Han enterrado allí los cuerpos de los inmigrantes que el mar fue dejando en sus playas. Sin nombre. Sin nacionalidad. Sin identidad. Sin papeles. Pienso en esos difuntos de los que igual nadie se acuerda. Pienso en los que han destrozado las bombas en tantas guerras como hay a lo largo y lo ancho de este mundo. Ellos también son “nuestros” difuntos. Porque también son nuestros hermanos.

      Abramos el corazón a la esperanza. Sintiendo el dolor pero llenos de esperanza. Porque Jesús ha vencido a la muerte. Y nosotros venceremos con él. Porque en la casa de su Padre hay muchas moradas preparadas para nosotros, sus hijos. 

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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