Jesús decía a sus discípulos: "Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero". Los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se burlaban de Jesús. El les dijo: "Ustedes aparentan rectitud ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios."
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres cmf
El dinero, las riquezas. Ahí está lo que parece ser el tema del Evangelio de hoy. El dinero es injusto. Hay que ser honrado. Y puede llegar a convertirse en un Dios, en un ídolo, al que la persona se entrega sin medida. Por eso, en ocasiones, parece que el dinero entra en competición con Dios mismo. Porque la persona pone el dinero y las riquezas a tal altura que se sitúan al nivel del mismo Dios. Por eso, Jesús termina concluyendo que no se puede servir a la vez a dos señores. O se sirve a uno o al otro. No se puede servir al mismo tiempo a Dios y al dinero.
Vamos a ser realistas. La inmensa mayoría de los que lean y escuchen hoy este Evangelio no están en esa situación de tener un conflicto entre servir a Dios o al dinero. Pasa que en esta vida tan complicada y dura que nos toca vivir, el dinero es un elemento necesario. Sin dinero no se puede vivir: no se puede comprar lo necesario, no se puede atender a las necesidades personales, no se puede sacar adelante una familia. No es que se sirve al dinero, es que es necesario. Pensar que se puede dejar de lado, que se puede vivir sin él, es una ilusión que quizá sólo se la pueden permitir los jóvenes cuando están en plena adolescencia, o los hijos e hijas de papá que nunca han sabido lo que es trabajar para ganar un peso con el que poder comprar lo necesario para ir tirando. La realidad es que para mucha gente de nuestro mundo actual vivir es sobre todo una lucha por sobrevivir, por llegar al día siguiente como sea.
Pero siempre se mezcla un poco en nuestra vida un cierto egoísmo, un cierto miedo a no tener lo suficiente para nosotros, a buscar la seguridad para nosotros y los nuestros. A veces, a buscar una seguridad que va más allá de lo humanamente razonable. A veces, se nos olvida que es precisamente cuando compartimos lo que tenemos cuando nos podemos sentir más seguros, cuando podemos vivir mejor y más felices.
O quizá también podamos hacer un poco de examen de nuestra vida pensando en eso de que no podemos servir a dos señores. Ese segundo “señor” que entra en competición con Dios puede ser el dinero pero también puede ser la ley y su observancia. El Evangelio termina con Jesús acusando a los fariseos de ser muy observantes externamente, de cumplir todos los preceptos de la ley, pero no amar a Dios de verdad. Eso sucede cuando se pone la ley por encima de Dios.
No puede haber en nuestra vida nada por encima del Reino, por encima de la fraternidad, por encima del amor. Todo lo demás es relativo. El dinero, el trabajo, la política y tantas otras cosas de nuestra vida, o sirven para construir el Reino o son pesos inútiles que nos desvían de lo que es realmente importante. De lo único que vale la pena.
Fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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