jueves, 1 de marzo de 2018

COMPRENDIENDO LA PALABRA 010318

San Gregorio Nacianceno (330-390), obispo y doctor de la Iglesia 
Sermón 14 sobre el amor a los pobres, 38.40
“Delante de su puerta había un pobre acostado”

    “Dichosos los misericordiosos, dice el Señor, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5:7). No es, por cierto, la misericordia una de las últimas bienaventuranzas. “Dichoso el que cuida del pobre y desvalido”. Y de nuevo: “Dichoso el que se apiada y presta”. Y en otro lugar: “El justo a diario se compadece y da prestado” (Sl 71:13; 111:5; 36:26). Tratemos de alcanzar la bendición, de merecer que nos llamen dichosos: seamos benignos.

    Que ni siquiera la noche interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: “Vuelve, que mañana te ayudaré” (Sl 3:28). Que nada se interponga entre tu primera reacción y tu generosidad... “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo” (Is 58:7) y no dejes de hacerlo con agrado y presteza. “Quien reparte limosna, dice San Pablo, que lo haga con agrado” (Rm 12:8). Tu mérito será doble por la presteza en realizarlo. Porque lo que se lleva a cabo con ánimo triste y forzado no merece gratitud ni tiene nobleza. De manera que cuando hacemos el bien, hemos de hacerlo, no tristes, sino con alegría... “Entonces saldrá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia” (Is 58:8). ¿Hay alguien que no desee la luz y la justicia?...

    Es por eso, servidores de Cristo, sus hermanos y coherederos (Gal 4:7), visitemos a Cristo mientras nos sea posible, curémoslo, no dejemos de alimentarlo o de vestirlo; acojamos y honremos a Cristo (Mt 25:31s), no sólo invitándolo a la mesa, como algunos lo han hecho, o cubriéndole de perfumes, como María Magdalena, o cooperando a su sepultura, como Nicodemo... Ni con oro, incienso y mirra, como los magos... El Señor del universo “quiere misericordia y no sacrificios “ /Mt 9:13), nuestra compasión mucho más que “millares de corderos cebados (Mi 6:7). Presentémosle nuestra misericordia mediante la solicitud para con los pobres y humillados, de modo que, cuando nos vayamos de aquí nos “reciban en las mansiones eternas” (Lc 16:9) en el mismo Cristo , nuestro Señor.

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