lunes, 7 de mayo de 2018

Antes que me llamen... yo los escucharé

“Antes que me llamen,
yo responderé mientras están hablando y yo los escucharé…”


En todos los lados por donde voy predicando retiros de oración y profundización, no consigo dejar de conmoverme con la multitud de personas que sufren. Es gente pasando por todo tipo de dificultades, luchando en medio de problemas familiares y una lista de dificultades que no acaban más. Tengo la certeza de que Jesús ve a cada una de esas personas y “queda lleno de compasión, porque están frágiles y abatidas como ovejas sin pastor” (cfr. Mt 9,36) Siempre estoy escuchando decir: “Por favor, rece por mi”; “Ya no tengo fuerzas”, “No puedo luchar más y no sé que hacer”.

Al mismo tiempo que me duele ver su sufrimiento, me alegro al verlas buscar ayuda, procurando a Dios. En verdad, en aquel exacto momento, ellas ya no son más las mismas, pues Dios viene en auxilio a causa de su sinceridad. El viene a cumplir su Palabra: “Antes que me llamen, responderé, todavía estarán hablando y los escucharé” (Is 65,24)

Toda fragilidad está condenada a desaparecer delante de Dios. Somos frágiles, pero Dios es fuerte. Para el mal de la fragilidad, no existe otro remedio sino la Fuerza de lo Alto. “Descenderá sobre ustedes el Espíritu Santo y les dará fuerzas (…)” Hech 1,8. Así como el espíritu humano es el principio de vida del cuerpo, de la misma forma el Espíritu Santo es el principio de vida del espíritu. La vida del cuerpo es el alma, la vida del alma es Dios. Cuando alguien se aparta de Dios, comienza a debilitarse y a morir.

Si la persona se ve desprovista de fuerzas al punto de querer desistir de luchar, solo Dios puede socorrerla y transformar su corazón frágil en un nuevo corazón. El mismo envía su Espíritu que “viene en auxilio de nuestra debilidad” (Rom 8,26)

Esa fragilidad tiene un doble sentido en la Biblia, pues ella deriva de la palabra latina infirmitas (enfermedad) o in-firmitas (sin firmeza) Al venir sobre nosotros, el Espíritu Santo socorre a nuestro cuerpo y a nuestra alma en su enfermedad y en su falta de firmeza. Cuando pedimos el socorro del Espíritu Santo, estamos en verdad pidiendo fuerza y sanación. Y podemos tener la certeza de que El viene no sólo para acabar con nuestro desánimo, sanar nuestras dolencias y fortalecer nuestro cuerpo. El viene al encuentro de quien lo llamó y desencadena en su vida una fuerza salvadora, lo cubre con su misericordia, enciende una luz en medio, pueda servirlo en santidad y justicia todos los días de su vida.

En más de 18 años de trabajo con personas, tuve la oportunidad de relacionarme con mucha gente, haciendo amigos de todas las clases sociales que desempeñaban las mas diversas ocupaciones. Encontré personas aparentemente realizadas y felices, parecía no faltarle cosa alguna. Cuando me abrían el corazón, hablaban de sus conflictos, de la tristeza por no vivir en paz con sus consciencias, a causa de su vida afectiva y sentimental que era un desastre o simplemente superficial.

Cierta vez, Jesús encontró a sus discípulos en una situación semejante -estaban tristes, abatidos y depresivos. Les dio entonces una noticia que hizo estremecer el suelo que pisaban: “(…) ustedes serán bautizados en Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hch 1,5) Lo que sucedió con ellos los transformó de tal manera que a los que antes los conocían les costaba ahora creer que eran las mismas personas.

Hoy esa palabra se cumple para nosotros, Lo que Jesús dijo a sus discípulos, también está siendo dicho ahora: “¡Serás lleno del Espíritu Santo, de su paz, de su fuerza y de su alegría! Los que la experimentaron saben que se trata de una realidad que transforma radicalmente la vida de la persona.
“Lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada».
Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?». Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?». Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad». Mc 5, 24-34
Apretar es muy diferente de tocar a Jesús. Una multitud lo apretaba por todos lados, muchos eran los que le apretaban, otros lo agarraban por la ropa y por el brazo, pero solo una persona lo tocó. Solamente por la fe es posible tocar a Jesús. Nuestra fe toca su corazón divino y generoso.

Los evangelios dan testimonio continuo de fe y vida. Ellos no son la propuesta de un estilo de comportamiento o una nueva filosofía -al pensar así, muchas personas lo mutilaron y empobrecieron, reduciéndolo a un montón de reglas y teorías, por esa misma razón dejaron de experimentar su fuerza. Jesús, que allí se encuentra, es vida para vivir, experimentar y testimoniar.

Cuando aquella mujer tocó a Jesús, recibió de él una fuerza que cambió su corazón y ciertamente toda su vida. El no solo sana su enfermedad, sino el poder que de el salió confirió a ella una vida nueva que comenzaba en aquel momento -una vida de confianza y de paz.

Si lo que sucedió con ella fue bueno, no se compara a lo que Dios quiere hacer contigo: “Te daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo; sacaré de tu pecho el corazón de piedra y te daré un corazón de carne. Dentro de ustedes meteré mi espíritu” (cfr. Eze 36, 26-27) Sólo Dios tiene el poder de transformar la vida de alguien y cambiar su corazón, y hace eso por medio de su Espíritu. El es la fuente de fuerza y de poder.

Para sorpresa de muchos, Jesús está vivo y no muerto. Atiende a los que recurren a El salvándolos, curándolos y haciéndoles toda clase de bien.

Marcio Mendes
“La vida en el poder del Espíritu Santo”
Editorial Canción Nueva – Adaptación del original en portugues

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