miércoles, 16 de mayo de 2018

Inspirar, provocar, encender

Estás allí, frente a ellos. Jugando un juego de relaciones en medio de la misión esencial. Mientras les provocas aprendizaje están intentando ganar tu afecto, o tu rabia, o tu impaciencia, o tu admiración. Por momentos pueden jugar a ser tus rivales, o tus cómplices, ocasionalmente tus fans, y por momentos, simplemente personas que coinciden por unos minutos en un mismo lugar sin el mayor interés por los otros que están en ese lugar. Claro, entre ellos están haciendo el mismo juego, solo que al ser pares, tiene mayores implicaciones en la realidad. Cuando termina esa simulación que es la clase, ese acto representativo de la realidad en un formato de procedimientos y conceptos, vuelven a mirarte con algo de inquietud sobre quién eres, y algunos realmente se preguntan por qué haces lo que haces.

Lo que pasa en la interacción con los niños y adolescentes es mucho más que un simple acceso al conocimiento formal, es un encuentro generacional que crea y despeja muchas dudas. Cuando te ven están viendo lo que puede ser llegar a tener 25, 30, 45, 50 años. Y al ver cómo te mueves en ese mundillo que es el colegio, se están preguntando si quieren llegar allá. Por eso nuestra vida es tan importante más allá de la gratificación que personalmente obtenemos de lo que somos y lo que hacemos. En muchas profesiones el éxito en el cumplimiento de las funciones no tiene una relación directa con la clase de persona que eres, puedes ensamblar aparatos tecnológicos, o repararlos sin necesidad de ser una persona particularmente preocupada por el bien, o por la vida. Puedes administrar los números de una gran empresa sin importar si eres o no una persona evidentemente feliz. Pero si eres maestro, y si además eres una persona realizada como ser humano, en esa búsqueda de completar en ti mucho de lo que ves que falta a tu alrededor, si eres esencialmente alguien contento con la vida, que se toma en serio y a la vez se divierte con lo que hace, esos que tienes en frente van a tener un punto de referencia distinto que les de opciones para pensar: “si eso es tener 40 años, yo quiero llegar allá”, y el fin de tu trabajo habrá sido cumplido.

No podemos echarnos al hombro la responsabilidad de la felicidad de los muchachos, ni de su paso invicto por el mundo de las distracciones o los vicios, eso sería desproporcionado y en cierta manera arrogante. No nos podemos hacer responsables del uso que los otros hacen de su libertad. Pero nunca podemos olvidar que están allí para forjar su capacidad de libertad, para acceder a más posibilidades que la de simplemente seguir sus reacciones o instintos, para contar con un horizonte más amplio que el que su porción de cultura les permite acceder. Y esa tarea es ineludible. Si bien no estamos para garantizar que todos harán un uso provechoso de su paso por el mundo y que su existencia será en cada caso una experiencia gratificante, si estamos para provocar en todos que sepan que había más opciones. Que se entiendan a sí mismos en su necesidad de construir sentido y que logren percatarse y ojalá convencerse de su propio valor.

Esos que tienes en frente navegan en aguas de incertidumbre, apenas si están aprendiendo a prenderse y desprenderse de aquello en lo que encuentran la vida, pero suponen que hay unos faros creíbles en la costa, y se dirigen hacia ellos. No pocas veces son espejismos del mercado, que encandilan más que iluminar, y no pocas veces son artificios del poder, que convocan para inmovilizar, que ganan adeptos para que todo pueda seguir igual. Tú, maestro, lo quieras o no, te encuentras en la costa de tus estudiantes, aún si tú mismo estás navegando en tu propia marea. Y la luz que emites es el reflejo de las convicciones que tienes, o las que logran descifrar que tienes, según cómo te ven vivir, en esos espacios limitados en los que lo hacen.

No es poca cosa poder expresar lo que nos atraviesa, poder comunicar lo que nos hace ser. Más allá de nuestras opiniones y reacciones sobre la guerra, la política, la economía, la sociedad y sus problemas, están las convicciones que alientan nuestras decisiones de todos los días, las afirmaciones en las que se ha fundamentado lo que somos, que en el mejor de los casos, han sido elegidas y construidas bajo nuestra lupa y dirección. El hecho de manifestarlas es importante, no solo por lo que tiene de contundente en nuestra autodeterminación, o por lo que significa en nuestra afirmación de lo que somos, sino por el tipo de luz que logramos emitir para quienes apenas están empezando a preguntarse las cosas esenciales de la existencia.

Lo que nos mueve los moverá, no siempre en nuestra dirección, de hecho eso es irrelevante, lo crucial es que no cedan ante la presión por dejarse vivir de la inercia.

JAI - Entrenamiento para vivir
colombia

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