jueves, 3 de mayo de 2018

Meditación: 1 Corintios 15, 1-8

Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras.
1 Corintios 15, 3

Poco se sabe acerca de Felipe y Santiago, los apóstoles que hoy recordamos. Según el Evangelio de San Juan, Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro, y es posible que ellos lo hayan conocido o trabajado con él. Antes del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús le preguntó a Felipe cómo podían dar de comer a la multitud, y éste, que era hombre de negocios, calculando lo que costaría, llegó a la conclusión de que simplemente no era posible hacerlo (Juan 6, 5-7).

Felipe también habló con toda franqueza cuando trató de persuadir a su amigo Natanael para que fuera a conocer a Jesús. Cuando aquél dudó de que Jesús fuera el Mesías, Felipe le dijo: “Ven y verás” (Juan 1, 46). Casi no hay en el Nuevo Testamento otras menciones de Felipe (y no es el diácono Felipe que aparece en los Hechos de los Apóstoles 6,5 y 8,6).

Menos aún se sabe de Santiago, el hijo de Alfeo, llamado “el Menor” para distinguirlo de Santiago, el hermano de Juan, “el Mayor”. Según algunas tradiciones, es el mismo Santiago que fue obispo de la primera comunidad de Jerusalén (Hechos 15; Gálatas 1, 19; 2, 9), aunque no hay plena seguridad.

Pero no es sorprendente el que, a pesar de que poco se sabe de estos hombres, todavía sean honrados como santos porque Jesús no los escogió por sus habilidades de liderazgo o conocimiento teológico. El Señor llamó a personas ordinarias, con trabajos, hogares y familias como todos los demás; pero lo que les cambió la vida fue su encuentro con el Hijo de Dios, y luego él los envió como apóstoles. De hecho, la palabra griega apostolos significa “enviado”.

Cada uno de nosotros también ha sido llamado y enviado por el Señor, ¡incluso tú mismo, querido lector! Jesús tiene un plan especial para ti tal como lo tuvo para Felipe y Santiago, y ese plan comienza con la promesa del encuentro personal con el Señor y el cambio de tu vida. Así que, hoy en tu oración privada, aquieta el corazón y la mente, y deja que tu Salvador te demuestre su amor, y del mismo modo también te mostrará la vocación que tiene para ti.
“Amado Señor Jesús, hoy cuando yo haga oración, ayúdame a entender que tú me amas y tienes un plan para mi vida personal y familiar, de modo que yo pueda dar testimonio de tu amor.”
Salmo 19(18), 2-5
Juan 14, 6-14

Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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