lunes, 7 de mayo de 2018

Meditación: Hechos 16, 11-15

El Señor le tocó el corazón para que aceptara el mensaje de Pablo.
Hechos 16, 14




En la primera lectura de hoy, leemos que, orando junto al río en Filipos, Lidia probablemente no se dio cuenta de que ella estaba a punto de ser arrastrada por una poderosa corriente de gracia divina. Ese sábado, Pablo compartía el mensaje de la salvación en Cristo y esa revelación le cambió drásticamente la vida.

Lo que le sucedió a Lidia es un buen ejemplo de lo que ocurre en la conversión verdadera: el nuevo creyente recibe la gracia de Dios, la acepta y responde actuando en concreto.

Lidia recibió una abundante efusión de gracia ese día. A través de las palabras de Pablo, Lidia se enteró de la buena noticia de Cristo y, conforme siguió escuchando, “el Señor le tocó el corazón” y se sintió profundamente conmovida por el mensaje.

Pero Lidia no solamente recibió la gracia; también actuó con decisión. Escuchó atentamente el mensaje y cuando sintió que el corazón se le llenaba de gozo, pidió ser bautizada. Se deduce también que luego compartió su experiencia con sus familiares, porque ellos también fueron bautizados. Esto es lo que sucede en una conversión verdadera: Dios da su gracia, la persona cree y responde y el resultado es una poderosa transformación que por lo general toca a los demás de su familia también.

Y lo mejor de la conversión es que Dios quiere que la sigamos viviendo, que esta secuencia de gracia, respuesta y transformación siga sucediendo, porque siempre hay aspectos de nuestra personalidad que necesitan un mayor cambio de orientación hacia Jesús.

Ahora bien, la conversión continua puede darse en cualquier momento y en cualquier lugar, pues el Señor puede abrirnos el corazón cuando estamos orando o cuando estamos leyendo la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura, escuchando una homilía o el testimonio de un amigo. Toda vez que escuchemos que Jesús nos llama a cambiar algo de nuestra forma de pensar o actuar, podemos tener la certeza de que al mismo tiempo nos dará la gracia para que tomemos sus palabras más a fondo y respondamos de todo corazón.

Lidia se sumergió en el río de la gracia de Dios aquel día sábado y dejó que la corriente la llevara más y más adentro en el amor del Señor. ¡Y nosotros podemos hacer lo mismo!
“Señor mío Jesucristo, yo también quiero recibir la corriente de tu gracia y abrir el corazón a tus palabras, que son palabras de vida eterna.”
Salmo 149, 1-6. 9
Juan 15, 26—16, 4

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