[Si su diócesis celebra hoy la Solemnidad de la Ascensión del Señor, utilice las lecturas del domingo 13 de mayo.]
Después de resucitar, Jesús se le apareció a María Magdalena y ella fue de inmediato a dar la buena noticia a los apóstoles, pero ellos “no lo creyeron” (Marcos 16, 11). Para que los apóstoles creyeran en la resurrección y obedecieran el mandato de Jesús de ir a predicar el Evangelio a toda la creación, necesitaban esa firme convicción que sólo el Espíritu Santo puede dar.
El mandato de Jesús no iba dirigido a unos pocos escogidos, sino a todos los creyentes. Sin embargo, para anunciar la buena nueva, es preciso tener la mente iluminada por el Espíritu Santo y deseosa de compartir el mensaje de salvación. Por los santos y santas que han vivido a través de los siglos, sabemos que ellos creían firmemente que el Espíritu Santo les daba la capacidad y la fortaleza necesarias para predicar el Evangelio.
Lamentablemente la inspiración que recibimos de tales testimonios es breve.
No es frecuente que el testimonio de la resurrección del Señor consiga su cometido, porque lo recibimos con incredulidad y testarudez, porque no queremos creer en la verdad. Sólo aceptando el testimonio acerca de Cristo (el cual nos llega de varias fuentes, la mayor de las cuales es el Espíritu Santo) podremos llevar la buena nueva al mundo, como nos mandó Jesús. Debemos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a no ser escépticos; que nos libre de la incredulidad, nos ablande el corazón para recibir la verdad y nos proteja con la Sangre preciosa de Cristo.
Durante este glorioso tiempo de resurrección, debemos dar gracias especiales por el don de la salvación, y estar deseosos de compartir esta jubilosa noticia con todo el que nos quiera escuchar. Para esto tenemos que aprovechar las oportunidades diarias que encontramos en la familia, el trabajo y entre las amistades, porque la incredulidad está muy generalizada en la sociedad de hoy y la gente que no conoce la victoria de Cristo sobre el pecado es muchísima. En realidad, no podemos suponer que todos creen en Cristo y por lo tanto no necesitan escuchar la Palabra de Dios. Tal suposición puede hacernos perder oportunidades de anunciar el Evangelio, porque la incredulidad está más difundida de lo que pensamos.
“Señor mío Jesucristo, concédeme prudencia, tacto y fortaleza para compartir tu buena nueva y llevar tu amor a todos los que vea hoy día.”
Hechos 18, 1-8
Salmo 98(97), 1-4
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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