Juan 16, 22
La promesa que leemos en el Evangelio de hoy es magnífica. ¿Quién no quiere estar siempre alegre y lleno de gozo? Jesús les dice a sus discípulos que el gozo de verlo resucitado será mayor que el recuerdo del sufrimiento de la persecución, así como una madre ya no se fija en el dolor del parto sino que, al contemplar con amor a su hijito recién nacido, se llena de un gozo indecible.
Cualquier madre o padre sabe que no todo es color de rosa después de nacido el bebé. La crianza de los hijos impone bastante trabajo y abnegación: amamantar o dar biberón hasta altas horas de la noche, cambiar pañales continuamente, curar una herida en la rodilla (otra vez), llevarlo al control médico y luego a la escuela. ¡Es un trabajo a tiempo completo y más aún si son dos o tres! Pero cualesquiera sean las obligaciones y responsabilidades, el hecho de ver al pequeño dar sus primeros pasos y luego crecer hasta la adolescencia o la adultez es fuente de un amor inquebrantable.
Pero en todo esto la promesa de Jesús de una alegría fundamental está allí inamovible, y no sólo para los padres de familia, sino para todo creyente. Todos tenemos altibajos en la vida por supuesto, pero la alegría que Jesús nos da no varía con las circunstancias, si nosotros nos mantenemos fieles a la oración, el estudio de su Palabra y la recepción de los sacramentos. Sabemos que Cristo ha resucitado tras vencer el pecado y la muerte y que se ha ido a prepararnos un lugar en el cielo. ¡Esto es fuente de esperanza y alegría incluso en los momentos más difíciles!
¿Estás en paz hoy día? ¡Genial! Dale gracias al Señor. ¿Tienes un problema difícil? Dile a Jesús que confías en él y que crees que él tiene un lugar para ti en el cielo. Declara repetidamente que tu Salvador es más poderoso que aquello que te atribula, y luego ve como la tensión y la angustia dan paso a la paz y la esperanza.
Jesús puede profundizar tu fe cada vez que recurres a él, puede hacerte más fuerte y hacer más dócil tu corazón. Incluso verás que tiendes menos al malhumor y que puedes afrontar mejor los vaivenes de la vida. ¡Ese es el tipo de alegría que Jesús quiere darte!
“Señor mío, Espíritu Santo, concédeme llenarme de tu alegría y ayúdame a recurrir a ti en cualquier problema o dificultad.”
Hechos 18, 9-18
Salmo 47(46), 2-7
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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