martes, 15 de mayo de 2018

Meditación: Juan 17, 1-11

Padre, ha llegado la hora.
Juan 17, 1




Había llegado la “hora” de sufrir y morir. Sin embargo, en un momento tan crucial como éste, del corazón de Jesús brota un torrente de amor a Dios y a la humanidad, que él expresa como una ungida oración de acción de gracias e intercesión: “Padre… No te pido por el mundo, sino por éstos, que tú me diste.”

Se refería, naturalmente, a sus amigos más íntimos, sus apóstoles, pero también intercedía, como lo hace constantemente, por todos sus seguidores, por todos cuantos reciben su palabra y aceptan la realidad de que él vino enviado por el Padre a salvarnos.

Jesús exclamó: “Padre, glorifícame en ti con la gloria que tenía, antes de que el mundo existiera” (Juan 17, 5). Para los israelitas, la gloria de Dios era la majestuosa presencia del Todopoderoso, manifestada en el poder divino para salvar a su pueblo (Salmo 27 ,1; Éxodo 14, 18). En la tradición profética, la gloria de Dios se demostraba en el amor y la fidelidad del Señor para su pueblo, y culminaba en su voluntad de derramar el Espíritu Santo sobre todo el pueblo de Israel (Ezequiel 39, 21-29). Pero Jesús estaba orando para que, con los ojos de la fe, lo vieran a él como Aquel que ama a su pueblo y se sacrifica para salvarlo.

Jesús ya entró en su gloria y, unidos a él por la fe y el Bautismo, nosotros también tenemos parte en la gloria de Dios: “El Espíritu de la gloria y de Dios reposa en ustedes” (1 Pedro 4, 14). Tal vez no veamos esto muy claramente aún, porque el mundo, con todos sus dolores y desencantos, nos empaña la vista, pero tenemos que apelar a nuestro gran honor cristiano, especialmente cuando nos sentimos abrumados por las dificultades, porque sabemos que, si soportamos con paciencia los padecimientos que nos lleguen por ser cristianos, también nos llenaremos de alegría cuando nuestro Señor se manifieste en toda su gloria.

Una hermosa oración de la liturgia trapense francesa dice: “¡Jesús ha resucitado para el Padre! Ven, Espíritu de Dios, ven a envolver al universo en tu gloria. Tú eres la vida de toda vida, la juventud que todo lo renueva. Tú eres el gozo y la esperanza que nos lleva al Padre.”
“Amado Señor, me maravillo al reconocer el amor que le tienes a tu Padre y a mí también. Te pido, Señor, que me concedas la gracia de disponer mi corazón cada día para recibir todo lo que tú quieras darme.”
Hechos 20, 17-27
Salmo 68(67), 10-11. 20-21

Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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