miércoles, 16 de mayo de 2018

Meditación: Juan 17, 11-19

Mientras estoy aún en el mundo,
digo estas cosas para que mi gozo llegue a su plenitud en ellos.
Juan 17, 13




Jesús se preparaba para volver al Padre. En esta plegaria final, el Señor confía sus discípulos al cuidado del Padre. ¡Qué momento más bendecido y significativo! El Señor había estado tres años con ellos, formándolos, protegiéndolos, enseñándoles y amándolos. El Padre se los había dado y ahora él se los devolvía al Padre. ¿Cómo iba a protegerlos el Padre? Del modo más glorioso imaginable: confiándolos al Espíritu Santo, que él enviaría, no sólo a los que estaban reunidos en el aposento alto, sino a todos los que quisieran pedirlo y recibirlo en todas las épocas de la historia y en cualquier lugar del mundo.

Mientras esperamos en unos días más la venida del Espíritu Santo, que el Padre derramará sobre todos los creyentes con gran plenitud, podemos disponernos a conocer algo de la obra del Espíritu, que está siempre actuando en toda la Iglesia y en el corazón de cada creyente, porque Dios no se cansa jamás de hacer el bien a su pueblo; siempre está dispuesto a prodigar una mayor efusión de su gracia y su poder sobre todos los que de corazón lo aman y lo buscan.

¿Qué podemos esperar que haga el Espíritu en nuestro corazón? Jesús oró pidiendo que, por la fuerza del Espíritu Santo, el Padre nos protegiera del maligno y que su propio gozo se cumpliera en nuestra vida. Por el mismo Espíritu, podemos conocer la verdad y dejar que la verdad nos guarde para Cristo; podemos experimentar la unidad de los unos con los otros, esa unidad que hay entre Jesús y el Padre; amar como Dios ama y experimentar la alegría de ser capaces de resistir cada vez mejor las tentaciones y acabar con los hábitos de pecado.

Podemos recibir todos estos dones maravillosos, porque el Espíritu nos ha hecho entrar en la vida misma de Dios: “La prueba de que nosotros vivimos en Dios y de que él vive en nosotros, es que nos ha dado su Espíritu” (1 Juan 4, 13). El Espíritu Santo, que es el amor entre el Padre y el Hijo, ha sido derramado en nuestro corazón (Romanos 5, 5) para unirnos perfectamente a Dios, como uno solo. Mientras esperamos el glorioso día de Pentecostés, oremos con gran esperanza y entusiasmo:
“Padre eterno y misericordioso, derrama tu Espíritu Santo para llegar a ser uno contigo y con tu Hijo Jesús y así dar testimonio de tu gran amor.”
Hechos 20, 28-38
Salmo 68(67), 29-30. 33-36
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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