jueves, 17 de mayo de 2018

Meditación: Juan 17, 20-26

Yo les he dado a conocer tu nombre…
para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos.
Juan 17, 26




Dios nos ama tanto que entregó a su Hijo único para que pudiéramos salvarnos. Hay padres o madres que han preferido morir para salvar a sus hijos de la muerte física, un amor sin duda muy noble y meritorio; pero más grande aún es el amor del Padre celestial, que entregó a su Hijo único al sacrificio supremo para salvar a pecadores empedernidos, es decir, nosotros los seres humanos. Y lo hizo para que así llegáramos a ser partícipes de la vida divina. ¿No es esto extraordinario? ¿Quién en su sano juicio haría algo como esto? Pero este es, precisamente el sano juicio de Dios: salvar al género humano de la autodestrucción, para que un día llegue a la gloria del cielo gracias a la conversión, la fe en Cristo y la recepción de los Sacramentos.

¡Qué gran misterio es el amor de Dios! La mente humana es incapaz de comprenderlo, y ni la más clara analogía —el amor de los padres por sus hijos, o el amor entre los esposos— es capaz de explicarlo. ¿Qué concepto o figura pudiera siquiera aproximarse a describir el amor de un Dios que desea comunicar su propia vida increada a todos sus hijos? ¿Qué podríamos decir excepto que el amor divino hace cosas como ésas?

Este es el amor que le confiere unidad al cuerpo de los seguidores de Cristo, y que evangeliza a los demás para que acepten la fe cristiana. El Padre y el Hijo constituyen una perfecta armonía de amor; por eso, a medida que los creyentes recibamos el amor divino y lleguemos a ser uno con la Santísima Trinidad, podremos entrar en una unidad de amor con Dios y con el prójimo que crece hasta rebosar y que constituye un testimonio ante el mundo.

Esta unidad atestigua que el Padre y el Hijo son uno, que Jesús fue enviado por el Padre y que los creyentes somos uno con Dios mismo. Si los cristianos nos demostramos amor sincero unos a otros, este testimonio tendrá un efecto extraordinario para que el mundo pase de la división, el odio y los conflictos a la unidad, la alegría y la paz. La unidad de todos los cristianos es, precisamente, la condición necesaria para que el mundo crea que Jesucristo es en efecto el Señor y Salvador del mundo.
“Padre, quiero recibir tu amor cada vez con más intensidad, y quiero ser uno contigo y con Jesús, mi Señor. Te ofrezco mi vida y te ruego que hagas de mí un testimonio vivo de tu amor.”
Hechos 22, 30; 23, 6-11
Salmo 16(15), 1-2. 5. 7-11

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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