CUARTO DÍA
+ En el Nombre del Padre,
+ del Hijo
+ y del Espíritu Santo.
Amén.
Oración inicial
Ven, Espíritu Santo, llena
los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de Tu Amor.
¡Envía Tu Santo Espíritu y
todo será creado, y renovarás la faz de la tierra!
Oremos: Dios que instruiste los corazones de Tus fieles con la luz del
Espíritu Santo, haz que apreciemos rectamente todas las cosas, según el mismo
Espíritu y gocemos siempre de Sus consuelos, por Cristo Nuestro Señor. ¡Amén!
Oración antes de la meditación
Divino Espíritu, que por la Iglesia eres llamado Creador, no solamente
porque lo eres con relación a nosotros, criaturas; sino también porque moviendo
en nuestras almas, santos pensamientos y afectos, creas en nosotros aquella
santidad que es obra Tuya. Venga también sobre nosotros Tu benéfica virtud, y
mientras Te honramos con este devoto ejercicio, dígnate visitar con Tu Divina
Luz nuestra mente, y con Tu Suprema Gracia nuestro corazón, para que nuestras
oraciones suban agradables a Ti y del Cielo, descienda sobre nosotros la
abundancia de Tus divinas misericordias. ¡Amén!
Meditación
El Espíritu Santo
es el Dador de los dones
Siendo lo propio del amor beneficiar y repartir dones, eso sucede
principalmente con el Amor por excelencia que es el Espíritu Santo. Y lo hace
para con las criaturas pobres y necesitadas que se confían a tan grande
Proveedor, aquel que concede no solo aquello que le es pedido, sino que da en
abundancia delante de cada pedido y de cada deseo.
Son sus verdaderos devotos aquellos que de Él reciben un filial Temor
que los aparta del pecado; que reciben una fervorosa Piedad que los hace más
queridos a Dios y benevolentes con el prójimo; una Ciencia que endereza los
propios juicios y hace que vean claramente las cosas de Dios; una sobrehumana
Fortaleza donde todo obstáculo es superado; el celeste Consejo para distinguir
los movimientos de la gracia y para elegir prudentemente los medios más
apropiados para la Salvación. Reciben en fin, un sobrenatural intelecto que es
sustento para la fe y luz para la voluntad; y la Sabiduría celeste, que los
lleva a conformar los pensamientos y voluntad al divino Beneplácito,
colocándolos en perfecto acuerdo con Dios.
¿Cómo entonces, teniendo un Benefactor así, tan lleno de gracias y de
Dones, nosotros somos tan pobres? Pobre es nuestro espíritu de celestes dones,
paupérrimo es nuestro corazón de virtudes; pobre y nula de méritos está nuestra
alma… Pero ¿de dónde entonces surge la pobreza, mientras están abiertos delante
de nosotros los tesoros del Paráclito, y el Dador de todo bien que
infinitamente nos ama? Sí, el Espíritu Santo nos ama infinitamente, y concede
sus mejores dones a aquellos que lo desean, a quien pide, a quien fielmente a
él corresponden.
Con una mano en el corazón, el cristiano reconozca su pobreza
espiritual y diga como correspondiste a las inspiraciones, a las luces, a las
gracias del Paráclito. ¿Deseaste ardientemente sus preciosos dones? ¿Pediste
con fervorosa y constante oración? ¿Apartaste de tu corazón las cosas de la
tierra para enriquecerte de los tesoros del cielo? Reflexiona y responde.
Momento para
meditación personal
ORACIÓN
Confieso, Supremo Amante de los hombres; confieso que la deplorable
pobreza de esta alma es pobreza consciente; yo mismo me ensucié, porque no solo
no aprecié, no deseé y no pedí los
favores celestes, riquezas que Tu tan amorosamente derramas en tus criaturas,
pero hice algo peor aún, yo que recibí tantas veces de Tu dulce libertad,
tantos dones, inspiraciones y gracias, no te correspondí, y como siervo ingrato
del Evangelio, enterré Tus dones en el barro más negligente de mi pereza, y en
la acedia de mi inercia. Dios mío, cuanto mal hice a Tu infinita bondad, y
cuanto mal me hice a mi mismo.
Pero Tú eres el Amor, el Amor omnipotente. No quieras castigar a este
siervo infiel, sino aceptando mi arrepentimiento, el cual uno a la promesa de
corresponder para el futuro a Tus Dones. Sana, Bondad Infinita, los daños de mi
infidelidad pasada, y vuelve a enriquecerme benignamente con Tus Dones.
ORACIÓN FINAL
Prometido y ansiado Consolador, Espíritu Santo, procedente del Padre y
del Hijo, que escuchando la unánime oración de los discípulos del Salvador,
fraternalmente reunidos en el Cenáculo, descendiste para consolar y santificar
a la Iglesia naciente; muéstrate propicio a nuestras súplicas, reenciende Tu
Divino Fuego en los corazones de los hombres. Haz resplandecer Tu Luz hasta los
confines de la Tierra; llama nuevamente al seno de la Iglesia Romana a todas
las Iglesias separadas.
¡Oh, Espíritu Santo, que eres el Amor, piedad de tanta mediocridad y de
tantas almas que se pierden! Haz que rápidamente suceda aquello que David
profetizaba diciendo: “Manda Tu Espíritu!”. Haznos nuevas criaturas, y así renovaras
la faz de la tierra. A partir de esta consoladora profecía, unidos en oración,
como nos enseña la iglesia, con plena confianza repetimos: ¡Envía Tu Espíritu y
todo será creado, y renovarás la faz de la Tierra!
Rezamos las siguientes oraciones:
· Padre Nuestro
· Ave María
· Gloria
· Canto del Espíritu Santo
En esta novena,
la Beata recomendaba que sea cantado el Veni Creator.
+Que el Señor
nos bendiga,
+Nos guarde de
todo mal;
+Nos conduzca
a la vida eterna.
Amén.
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