SEGUNDO DÍA
+ En el Nombre del Padre,
+ del Hijo
+ y del Espíritu Santo.
Amén.
Oración inicial
Ven, Espíritu Santo, llena
los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de Tu Amor.
¡Envía Tu Santo Espíritu y
todo será creado, y renovarás la faz de la tierra!
Oremos: Dios que instruiste los corazones de Tus fieles con la luz del
Espíritu Santo, haz que apreciemos rectamente todas las cosas, según el mismo
Espíritu y gocemos siempre de Sus consuelos, por Cristo Nuestro Señor. ¡Amén!
Oración antes de la meditación
Divino Espíritu, que por la Iglesia eres llamado Creador, no solamente
porque lo eres con relación a nosotros, criaturas; sino también porque moviendo
en nuestras almas, santos pensamientos y afectos, creas en nosotros aquella
santidad que es obra Tuya. Venga también sobre nosotros Tu benéfica virtud, y
mientras Te honramos con este devoto ejercicio, dígnate visitar con Tu Divina
Luz nuestra mente, y con Tu Suprema Gracia nuestro corazón, para que nuestras
oraciones suban agradables a Ti y del Cielo, descienda sobre nosotros la
abundancia de Tus divinas misericordias. ¡Amén!
Meditación
El Espíritu Santo habita en nosotros.
Es esta una consoladora verdad expresada en el Evangelio (cfr. Mt
10,20), y confirmada por el apóstol Pablo cuando escribe a los Corintios: ¿No
saben que el Espíritu Santo habita en ustedes? ¿Y no saben que su cuerpo es
templo del Espíritu Santo?” Es también por eso que la Iglesia Católica se
alegra en llamar al Divino Espíritu como “Dulce Huésped del Alma”. Huésped que
reviste de gracia santificante, que irriga de la divina luz, que la hace capaz
de obras merecedoras de la vida eterna.
Según santo Tomás, el Espíritu Santo es para nuestra alma lo que el
alma misma es para nuestro cuerpo. Y así, como un cuerpo no puede vivir sin el
alma, un alma privada del Espíritu Santo esta muerta, muerta a la gracia,
muerta al santo amor, e incapaz de conquistar méritos para el Cielo. Pobre de
quien expulsa con el propio pecado al Dulce Huésped del Alma, porque expulsa el
amor, la gracia y pierde la propia vida.
Si, cristiano, el Espíritu Santo habita en ti. Y si tienes fe, debes
estar convencido siempre de esta verdad: Nunca te encontrarás solo. Está
contigo el Dulce Huésped del Alma. Está contigo de día y de noche, en la fatiga
y en el reposo, en la pobreza y en la prosperidad. Contigo estará (y más que
nunca) en la oración y en la tribulación. ¡Si tu supieses valerte de la
presencia de un amigo tan bueno y poderoso!
¡Si en las tentaciones, en los peligros y en las angustias te acordases
que posees el Espíritu Santo dentro de ti! ¡Y si a Él recurrieses rápidamente
cuando tu pequeño corazón se preocupa!
Detén tu pensamiento algunos momentos durante el día en consideración
de esta dulce verdad: ¡El Espíritu Santo habita en mi! Si pensaras así, no tendrías
apenas alegrías, sino también nuevas fuerzas para avanzar en los caminos de la
virtud.
Momento para
meditación personal
ORACIÓN
Altísimo Dios, que en todo siempre eres Admirable y grande, aún más
todavía en las obras de amor, elegiste el alma cristiana como Tu Tabernáculo y
no solo le conferiste Tus bienes, sino que te donaste a Ti mismo.
¡Si Tu bondad fuese al menos apreciada por algunas almas, y si Tu no
fueses tan entristecido y ofendido por esas almas que deberían amarte tanto!
Me arrepiento, Sumo Amor, de haberte entristecido también yo tantas
veces con mi frialdad, olvido e ingratitud. Me arrepiento también de haberte
expulsado de mi corazón y haberle dado lugar a Tu eterno enemigo, el pecado, y con
él, al demonio. Pero sé que una sincera lágrima de arrepentimiento servirá para
llamarte. Sé que eres más amoroso que una dulce madre. Estás siempre pronto
para perdonar. Por eso, con confianza, Te digo: ¡Ven, Espíritu Santo, ¡Ven a
esta alma que no quiere más entristecerte, ni ofenderte jamás!
ORACIÓN FINAL
Prometido y ansiado Consolador, Espíritu Santo, procedente del Padre y
del Hijo, que escuchando la unánime oración de los discípulos del Salvador,
fraternalmente reunidos en el Cenáculo, descendiste para consolar y santificar
a la Iglesia naciente; muéstrate propicio a nuestras súplicas, reenciende Tu
Divino Fuego en los corazones de los hombres. Haz resplandecer Tu Luz hasta los
confines de la Tierra; llama nuevamente al seno de la Iglesia Romana a todas
las Iglesias separadas.
¡Oh, Espíritu Santo, que eres el Amor, piedad de tanta mediocridad y de
tantas almas que se pierden! Haz que rápidamente suceda aquello que David
profetizaba diciendo: “Manda Tu Espíritu!”. Haznos nuevas criaturas, y así
renovaras la faz de la tierra. A partir de esta consoladora profecía, unidos en
oración, como nos enseña la iglesia, con plena confianza repetimos: ¡Envía Tu
Espíritu y todo será creado, y renovarás la faz de la Tierra!
Rezamos las siguientes oraciones:
· Padre Nuestro
· Ave María
· Gloria
· Canto del Espíritu Santo
En esta novena,
la Beata recomendaba que sea cantado el Veni Creator.
+Que el Señor
nos bendiga,
+Nos guarde de
todo mal;
+Nos conduzca
a la vida eterna.
Amén.
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