TERCER DÍA
+ En el Nombre del Padre,
+ del Hijo
+ y del Espíritu Santo.
Amén.
Oración inicial
Ven, Espíritu Santo, llena
los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de Tu Amor.
¡Envía Tu Santo Espíritu y
todo será creado, y renovarás la faz de la tierra!
Oremos: Dios que instruiste los corazones de Tus fieles con la luz del
Espíritu Santo, haz que apreciemos rectamente todas las cosas, según el mismo
Espíritu y gocemos siempre de Sus consuelos, por Cristo Nuestro Señor. ¡Amén!
Oración antes de la meditación
Divino Espíritu, que por la Iglesia eres llamado Creador, no solamente
porque lo eres con relación a nosotros, criaturas; sino también porque moviendo
en nuestras almas, santos pensamientos y afectos, creas en nosotros aquella
santidad que es obra Tuya. Venga también sobre nosotros Tu benéfica virtud, y
mientras Te honramos con este devoto ejercicio, dígnate visitar con Tu Divina
Luz nuestra mente, y con Tu Suprema Gracia nuestro corazón, para que nuestras
oraciones suban agradables a Ti y del Cielo, descienda sobre nosotros la
abundancia de Tus divinas misericordias. ¡Amén!
Meditación
El Espíritu Santo nuestro Consolador
Después del pecado original, la miserable descendencia de Adán sufre
por el dolor, consecuencia no solo de aquel primer pecado, sino también de las
obras cometidas por nosotros mismos. Ahora bien, el Espíritu Santo, que es
Amor, no dejará sufrir a sus amados sin derramar sobre ellos muchísimos
consuelos. Y es porque Él nos consuela, que la Iglesia Lo llama “Consolador
Perfecto”, y posee para Él los más dulces nombres, como “Padre de los Pobres”
“reposo en el cansancio”, “Dulce refrigerio”, “Alivio en el llanto”. Si bien es
cierto que Él no nos quita de las manos aquel cáliz de amargura que debemos
beber a semejanza del Salvador.
A pesar de todo, el Espíritu Santo, sabe mezclar su dulzura con
nuestras amarguras en los dolores que nos vienen de parte de las criaturas, Él
nos da el consuelo de Su gracia; en las desgracias, un dulce y tranquilo
impulso para conformarnos. En cada sufrimiento, el Espíritu nos da un rayo de
Su luz que nos hace entender que por detrás de aquel mal, existe un bien, y una
voz de verdad que nos recuerda las eternas recompensas; y con Aquella voz de
verdad, el alma atribulada es consolada por el Perfecto Consolador que a ella se
entrega.
Si tenemos un Perfecto Consolador, ¿Por qué el mundo está repleto de
afligidos? ¿Por qué en todas partes se derraman lágrimas y por qué se escuchan
los gemidos de dolor? ¿Por qué se llega al suicidio? Infelizmente, debemos
constatar que esos no conocen al Espíritu Santo, que es el Verdadero Consolador
del hombre, porque el sufrimiento de ellos no posee consuelo.
Pero, ¿por qué eso sucede también entre los cristianos? La razón es
clara: También entre los cristianos poco se conoce y menos todavía se honra al
Espíritu Consolador. Pero, si vemos almas que en el sufrir se mantienen
tranquilamente conformes, podemos muy bien decir que ellas están con el
Espíritu Santo, y si vemos algunas que en medio de las tribulaciones pueden
repetir como San Pablo que sobreabunda la alegría, podemos también decir que
estas están llenas de Espíritu Santo y llenas de Verdadera Consolación.
Momento para
meditación personal
ORACIÓN
Alma mía, frágil y mezquina, El Espíritu Santo hasta ahora no te llenó
de todos los divinos consuelos, porque fue por ti poco conocido, menos honrado
y rara y fríamente invocado.
Cuando la tristeza, el abatimiento, la melancolía y toda especie de
dolor oprimían mi alma, Tú, Consolador Perfecto, esperabas de mi apenas un
mirar, un suspiro, un lanzarte en filial confianza para derramarme en el seno
de tus divinos consuelos. Perdona mi ignorancia y la falta de confianza con que
te he tratado hasta ahora. En este momento te abro toda mi alma, Divino
Consolador, y te prometo que en todos los dolores de esta vida, recurriré
rápidamente a Tu Auxilio y no procuraré otro consolador sino a Ti, o Padre de
los Pobres, Reposo en el cansancio, Alivio en el llanto.
ORACIÓN FINAL
Prometido y ansiado Consolador, Espíritu Santo, procedente del Padre y
del Hijo, que escuchando la unánime oración de los discípulos del Salvador,
fraternalmente reunidos en el Cenáculo, descendiste para consolar y santificar
a la Iglesia naciente; muéstrate propicio a nuestras súplicas, reenciende Tu
Divino Fuego en los corazones de los hombres. Haz resplandecer Tu Luz hasta los
confines de la Tierra; llama nuevamente al seno de la Iglesia Romana a todas
las Iglesias separadas.
¡Oh, Espíritu Santo, que eres el Amor, piedad de tanta mediocridad y de
tantas almas que se pierden! Haz que rápidamente suceda aquello que David
profetizaba diciendo: “Manda Tu Espíritu!”. Haznos nuevas criaturas, y así
renovaras la faz de la tierra. A partir de esta consoladora profecía, unidos en
oración, como nos enseña la iglesia, con plena confianza repetimos: ¡Envía Tu
Espíritu y todo será creado, y renovarás la faz de la Tierra!
Rezamos las siguientes oraciones:
· Padre Nuestro
· Ave María
· Gloria
· Canto del Espíritu Santo
En esta novena,
la Beata recomendaba que sea cantado el Veni Creator.
+Que el Señor
nos bendiga,
+Nos guarde de
todo mal;
+Nos conduzca
a la vida eterna.
Amén.
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