lunes, 20 de agosto de 2018

Meditación: Mateo 19, 16-22

San Bernardo, Abad y Doctor de la Iglesia (Memoria)

Cuando Jesús se dirigía a Jerusalén, un joven se le acercó con una pregunta que muchas veces nos hacemos nosotros mismos: “¿Qué debo hacer para llegar al cielo?

¿Cómo puedo estar seguro de la salvación?” La respuesta del Señor fue bastante directa: Hemos de conocer al Único que es bueno (es decir, Dios), y cumplir sus mandamientos, uno de los cuales es el de amar al prójimo. La autoridad de los mandamientos de Dios es clara: Todo el que quiera entrar al Reino de los cielos tiene la obligación de obedecerlos.



















En su corazón, el joven sentía un hambre profunda. Aunque era rico y cumplía fielmente los mandamientos (cosa no fácil de hacer), sentía un gran vacío en su vida. El disfrutar de las riquezas del mundo o llevar una vida moralmente correcta, pero darse cuenta de que en realidad no es esto lo que satisface el anhelo del corazón, es una bendición que no es fácil de reconocer. No obstante, ¡fuimos creados para recibir mucho más! Fuimos creados para conocer a Dios y disfrutar de una estrecha unión con él. San Agustín dijo: “Señor… nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti” (Confesiones, 1.1). Dios nos ama tanto que puso en nosotros el ansia de lograr esa perfección.

Jesús le contestó al joven: “Si quieres ser perfecto…” (Mateo 19, 21), y en esto debemos entender que Dios nos invita a todos a buscar la perfección. Más allá de la observancia sincera de los mandamientos, Jesús nos invita a cada uno a emprender un discipulado personal. Sólo esta estrecha comunión con Cristo es capaz de saciar el hambre de nuestro corazón. Cada uno de nosotros puede ser discípulo de Jesús y seguir el camino de la perfección, porque la invitación es para todos. Respondamos, pues, con toda confianza: “Sí, Señor, quiero ser perfecto”, y dejemos que Jesús vaya guiando nuestros pasos diariamente.

Esto ocurrió cuando Jesús iba de camino a su pasión y muerte en Jerusalén. Nosotros también vamos de camino, el del discipulado que, si somos fieles y constantes, nos llevará al cielo. Cada día podemos acercarnos a Jesús leyendo la Sagrada Escritura y participando en Misa; así aprenderemos a seguirlo más de cerca. Dejemos de lado las muchas cosas, valiosas o vanas, que nos hacen desviar el corazón y la mente y fijemos la mirada y la atención solamente en Jesús: él es el Maestro; escuchémosle.
“Santo Espíritu de Dios, muéstranos el gozo y la paz que nos pueden llevar camino de la perfección.”
Ezequiel 24, 15-23
(Salmo) Deuteronomio 32, 18-21

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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