Jesús dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
RESONAR DE LA PALABRA
Compartir la vida con Cristo
Durante la época de las persecuciones contra los cristianos en los primeros siglos de nuestra era, se acusó a los cristianos de comer carne humana. Se les acusó de ser antropófagos. Era, como es obvio, un malentendido en torno a la Eucaristía. También los judíos que aparecen en el Evangelio de hoy no entienden a Jesús cuando les dice que “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”.
¿Qué significa “comer la carne” y “beber la sangre”? Carne y sangre no son sólo para los judíos realidades físicas. Son también el lugar de la presencia de la vida. Comer la carne y beber la sangre significa participar en la misma vida. Habla de una unión profunda entre las personas. Por eso, cuando en el Génesis Adán ve a Eva recién creada por Dios, dice que es “carne de mi carne” (Gn 2,23). Y de alguien que es muy cercano a nosotros, de nuestra familia, decimos que es “de nuestra sangre”.
El Evangelio de hoy nos habla de la relación que hay entre la vida sacramental, especialmente la Eucaristía y la vida del cristiano. Participar en la Eucaristía es realmente recibir el pan que da la verdadera vida, pero también es comulgar con el cuerpo y la sangre de Cristo. Por la participación en el sacramento quedamos íntimamente unidos a Cristo. Habitamos en él y él en nosotros. Somos “sangre de su sangre” y “carne de su carne”. Pero comulgar con él nos lleva a un especial compromiso, a vivir de acuerdo a un determinado estilo: como Jesús. El Evangelio se convierte en nuestra norma de vida. Al salir de la Eucaristía nos hemos transformado para vivir la misma vida de Jesús.
Participar en la Misa es, pues, un modo de comprometernos públicamente a vivir al estilo de Jesús. En cada Eucaristía, Jesús nos repite la misma pregunta que les hizo a los Zebedeos: “¿Sois capaces de tomar la copa que yo he de beber?” (Mt 20,22). Recibir la vida en la comunión de la carne y de la sangre, del pan y del vino, en la Misa significa vivir de una forma diferente, de acuerdo con el Evangelio, nuestra vida de familia, nuestra relación con los amigos, en nuestro trabajo, como ciudadanos. La Eucaristía se convierte en lugar de vida y la vida, nuestra vida, se convierte en lugar donde vivir lo que hemos recibido en la Eucaristía. Nuestro estilo de vida certifica si realmente hemos participado en la Misa, si nos hemos hecho “sangre de su sangre”.
Para la reflexión
Participar en la misa dominical no es sólo llegar a tiempo, participar en los cantos y saludar a los amigos. Es escuchar la Palabra y comprometernos con Jesús, comulgando con él. ¿Cómo me preparo para participar mejor cada domingo? ¿Leo y medito antes o después de Misa las lecturas? ¿Lo hago con mi familia? ¿Me esfuerzo porque mi vida cambie en algo después de cada Misa?
Fernando Torres cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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