Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos.Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas.Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo".De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos".
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos amigos:
Dios se nos ha acercado por varios caminos. La Transfiguración del Señor señala el de la belleza y el de la verdad. Primero, el de la belleza. Reproducimos un pasaje de san Agustín, pero cambiando el sujeto de la primera frase, pues él se refería a María: «Nunca vimos el rostro de Jesús… Salva, pues, nuestra fe, podemos decir: “Quizá tuviera estas o aquellas facciones”; pero nadie, sin naufragar en sus creencias cristianas, puede decir: “Quizá Cristo haya nacido de una virgen”» (De Trinitate, 8,7). La tradición ha llamado a María “la toda bella”; y ha referido a Jesús la loa del salmo: «Eres el más bello de los hombres». Si la cara es el espejo del alma, suscribamos sin temor ese sentir.
Hoy ponemos el acento en el prefijo “trans”. Jesús tenía una figura; en nuestra escena aparece transfigurado. Es el mismo, y con su figura personal, pero ahora con una figura que ha ido más allá de sí misma hacia su belleza perfecta. Ha habido un cambio, un movimiento, y el término es la forma plena que arrebata a los discípulos. Él, que nos configura consigo, quiere llevarnos más allá de la forma que nuestra personalidad tiene ahora, hacia la forma madura. Es bastante más que un cambio de “look”. Tengamos los los ojos fijos en él (cf. Heb 12,2) y dejemos que vaya imprimiendo esa figura nueva.
Hallamos también la vía de la verdad. La voz que sale de la nube nos revela la verdad de Jesús y a la vez nos intima una orden: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo». La voz manda que, además de tener los ojos fijos en él («este es…»), tengamos el oído atento a su palabra, porque es palabra de vida, palabra que nos enseña cuál es nuestra identidad, cuál nuestra vocación, cuál nuestra tarea. Así cooperamos en la obra de nuestra transfiguración y, cuando hemos sido infieles, de nuestra refiguración.
CR
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