« Entonces vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios »
En los últimos tiempos (1 P 1:20), en su misericordiosa bondad, Dios quiso venir a socorrer al mundo que estaba agonizando. Él decidió que la salvación de todas las naciones se haría en Cristo. Es por las naciones que Abraham recibió en aquél entonces la promesa de una descendencia innombrable, engendrada no por la carne, sino por la fe. Dicha descendencia es comparada a la multitud de las estrellas del cielo (Gn 15:5), pues de este padre de todas las naciones, debemos esperar una posteridad no terrestre sino celestial…
Entonces que «la totalidad de las naciones entre» (Rm 11:25), que todos los pueblos entren en la familia de los patriarcas. Que los hijos de la promesa reciban también la bendición de la raza de Abraham (Rm 9:8)…Que todas las naciones de la tierra vengan a adorar al Creador del universo. Que ahora Dios no sea solamente «conocido en Judea», sino en el mundo entero y que por doquier, como «en Israel, su nombre sea grande» (Sal 75:2)
Hermanos, instruidos por estos misterios de la gracia divina, con espíritu de alegría, celebremos el llamado de las naciones. Demos gracias al Dios de misericordia «que nos hizo capaces de participar en la luminosa herencia de los santos» (Col 1:12-13). Como lo anuncia el profeta Isaías: «Las naciones que no te conocían te invocarán; los pueblos que te ignoraban recorrerán hacia ti» (55:5). Abraham vio ese día y se regocijó (Jn 8:56), cuando supo que sus hijos según la fe serían bendecidos en su descendencia, es decir en Cristo. En la fe se «vio padre de una multitud de pueblos» y, «Dio gracias a Dios, convencido de que él es todopoderoso para cumplir lo prometido» (Rm 4:18-21)
papa y doctor de la Iglesia
3er homilía para la Epifanía
(Trad. ©Evangelizo.org©)
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