Un vuelco tras siglos de división
En enero de 2014, el Papa Francisco sorprendió al mundo con un corto vídeo improvisado que grabó en el teléfono celular de un amigo.
El amigo fue Mons. Tony Palmer, obispo de una rama poco conocida de la Iglesia Anglicana, y ambos conversaban sobre una conferencia en la que participaría el obispo Palmer. La conferencia era una asamblea de autoridades pentecostales y él invitó al Papa a grabar un saludo para ellos.
Por lo tanto, sin ningún apunte preparado, el Papa Francisco se dirigió a sus “queridos hermanos y hermanas” diciendo:
Es para mí un placer saludar con un saludo jubiloso y anhelante. Jubiloso porque me da alegría que se hayan reunido para adorar a Jesucristo… Anhelante porque estamos… diríamos —y permítanme decirlo— separados. Separados porque el pecado nos ha separado… Ha sido un largo camino de pecados en el que todos participamos. ¿De quién es la culpa? De todos. Todos hemos pecado. Hay uno solo que es inocente: el Señor…
Así que, oremos para que el Señor nos una a todos. ¡Vamos, somos hermanos! Démonos un abrazo espiritual y dejemos que Dios complete la obra que él ha comenzado. Y esto es un milagro; el milagro de la unidad ha comenzado… Les pido que me bendigan y yo los bendigo a ustedes. De hermano a hermano, yo los abrazo.
Este cálido e inspirador mensaje del Santo Padre no fue algo que brotó de la nada, pues lleva consigo una larga historia de varias décadas. Desde el Concilio Vaticano II, la esperanza y la oración por la unidad ha adquirido un nuevo sentido de urgencia, así como un nuevo enfoque y entendimiento.
El triste legado de la división. A fines de octubre pasado, la Iglesia recordó el quinto siglo desde el comienzo de la Reforma Protestante. El 31 de octubre de 1517, un monje agustino y profesor de teología de nombre Martín Lutero fijó sus “95 Tesis” en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, en Alemania. Era entonces práctica común que los pensadores divulgaran sus planteamientos de esta manera. Lo que Lutero quería era solo abrir un debate académico sobre el uso de las indulgencias en la espiritualidad católica.
Con todo, estas tesis adquirieron vida propia y lo que siguió durante los próximos años fue nada menos que una revolución. Más que una chispa de reforma, que era necesaria en la Iglesia Católica, sus acciones desencadenaron una serie de grandes divisiones dentro del cristianismo, que han seguido creciendo y profundizándose a lo largo de los siglos: estallaron guerras religiosas, se disolvieron las alianzas entre las naciones, se dividieron las familias, se desecharon doctrinas y devociones valoradas y apreciadas. La tendencia se prolongó por casi 450 años, época en que católicos, luteranos, anglicanos, metodistas y muchos otros grupos se vieron sumidos en un ciclo interminable de enemistad y antagonismo.
No obstante, hace unos cien años, la situación comenzó a cambiar. El Espíritu Santo empezó a abrir nuevas puertas para la unidad, inspirando a muchos a franquear esas puertas. Se dio inicio a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (celebrada del 18 al 25 de enero en el hemisferio norte), y se inició una nueva orden religiosa —los Frailes Franciscanos de la Expiación— con el propósito expreso de orar y trabajar por la unidad entre los cristianos. Además, las relaciones entre las iglesias comenzaron a “descongelarse” cuando pastores y teólogos decidieron reflexionar sobre la unidad en el cristianismo.
Acontecimientos importantes. Luego vino el Concilio Vaticano II. En preparación para esta histórica asamblea mundial de obispos, el Papa San Juan XXIII creó una Secretaría para la Promoción de la Unidad de los Cristianos como una de las comisiones preparatorias del Concilio. Esta Secretaría tuvo la misión de invitar a dirigentes de otras confesiones a participar en el Concilio como “observadores” oficiales. Una vez inaugurado el Concilio, el Papa Juan XXIII le encargó a esta Secretaría colaborar en la preparación de los documentos oficiales sobre la unidad de los cristianos, las religiones mundiales y la libertad religiosa. De esta forma, la marcha hacia la unidad adquirió ímpetu y prominencia en la Iglesia. Los siguientes son algunos de los acontecimientos más importantes que han llevado al cristianismo a donde se encuentra hoy:
• En enero de 1964, el Papa Beato Pablo VI se reunió con el patriarca ortodoxo Atenágoras durante una peregrinación a Jerusalén. Los dos se abrazaron e intercambiaron expresiones de bienvenida y respeto a las tradiciones de cada uno. Era la primera vez en más de cinco siglos que los jefes máximos de las dos iglesias divididas se reunían.
• Los Padres Conciliares emitieron su novedoso Decreto sobre el Ecumenismo en noviembre de 1964. En este breve documento, los obispos declararon que había comunidades que se separaron de la Iglesia “no sin responsabilidad de ambas partes” (3) e instaron a los católicos a que “reconozcan con gozo y aprecien en su valor los tesoros verdaderamente cristianos” de sus “hermanos separados” (4) y llamaron a todos los católicos, protestantes y ortodoxos a trabajar juntos por el bien común y a unirse “en la oración con los hermanos separados…para conseguir la gracia de la unidad” (8).
• Con la clausura del Concilio, los obispos y los teólogos iniciaron una serie de diálogos con representantes de casi todas las tradiciones cristianas, diálogos que continúan hasta el día de hoy y que han dado como frutos una mayor comprensión y respeto. Los participantes ponen énfasis en que su objetivo no son las conversiones, sino allanar el camino para que las personas se congreguen como hermanos en Cristo para buscar la manera de avanzar hacia la unidad.
• Después del Concilio, la Iglesia Católica también comenzó a colaborar con el Consejo Mundial de Iglesias trabajando tanto en proyectos misioneros como en el progreso de la causa de la justicia social.
• En mayo de 1995, el Papa San Juan Pablo II publicó su encíclica sobre el ecumenismo, Ut unum sint (Que sean uno), en la que exhorta a los católicos a que se hagan “un serio examen de conciencia” (82) y pidan perdón al Señor por las formas en las que hayan agravado las divisiones entre los cristianos. También invitó a los directivos y teólogos de otras tradiciones a colaborar con él en la búsqueda de una forma de ejercer su ministerio pontificio, quizás “una situación nueva” en la que pueda conducir a una mayor unidad (95). Finalmente, exhortó a los católicos de todo el mundo a orar por la “fraternidad universal de los cristianos” y dejar que los teólogos lidien con las diferencias doctrinales que aún persisten (42).
• En octubre de 1999, la Iglesia Católica y la Federación Luterana Mundial emitieron una Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación. Como resultado de años de diálogo y oración, ambas iglesias anunciaron que habían llegado a un “entendimiento común de nuestra justificación por la gracia de Dios mediante la fe en Cristo”. Se acordó también que las condenas que ambas iglesias se habían impuesto mutuamente hace siglos ya no eran válidas. Más aún, el Consejo Metodista Mundial anunció en 2006 que estaba de acuerdo con esa declaración.
• El nuevo milenio ha sido testigo de nuevas actividades. Aparte de una mayor comprensión entre las diferentes iglesias y de un contacto más nutrido entre el Vaticano y otras sedes cristianas, se puede apreciar una creciente apertura a los dones y las bendiciones provenientes de los creyentes de otras tradiciones, apertura que en ninguna parte es más evidente que en el sorpresivo vídeo que el Papa Francisco grabó para sus hermanos pentecostales.
¿Qué podemos hacer nosotros? Así pues, transcurridos 500 años desde las 95 Tesis de Martín Lutero, hoy estamos más cerca que nunca de la unidad. Aun así, como dice el Papa Francisco, “el milagro de la unidad” apenas ha comenzado, porque es mucho más lo que debe suceder en los niveles doctrinal y teológico. Los teólogos y sus interlocutores tienen muchas más horas, días y años de diálogo delante de ellos. Los expertos en derecho canónico y leyes litúrgicas tienen miles de preguntas que requieren respuestas, incluso aquellas en las que ni siquiera han pensado todavía. Y los historiadores tienen innumerables episodios pasados que investigar y evaluar antes de entender cómo y por qué se fueron produciendo todas estas divisiones.
Tanto es lo que debe ocurrir que los obstáculos parecerían insuperables, y tanto es lo que depende de estos expertos que parecería que no podemos hacer nada para ayudar. Pero eso no es cierto; todos podemos ser tan activos como aquellos eruditos y profesores, cada cual a su propio modo.
• Cada día, en la oración, podemos unirnos a Jesús en su gran plegaria por la unidad: “Pido a Dios… que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti” (Juan 17, 20. 21). Si la unidad es un milagro, como lo ha dicho el Papa Francisco, entonces no se concretará solo mediante el estudio y el diálogo. ¡Nunca debemos subestimar lo que Dios puede hacer cuando sus fieles se dedican a orar!
• Podemos analizar las actitudes que tenemos respecto a nuestros hermanos de diferentes tradiciones cristianas. ¿Tenemos algún sentimiento de superioridad frente a ellos? ¿Animosidad o pensamientos de condenación? San Juan Pablo II dijo que el Espíritu Santo puede ablandar nuestro corazón si confesamos los pecados cometidos que fomentan la división. Recordemos que la unidad es una cuestión de amor, no sólo de llegar a acuerdos.
• También podemos buscar oportunidades para trabajar y rezar con nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Muchas iglesias y organizaciones cristianas patrocinan proyectos de voluntarios basados en la fe como albergues para personas sin hogar, comedores populares y bancos de alimentos. Hermano, considera la posibilidad de participar en algo de eso, para que aprendas más sobre tus compañeros creyentes trabajando codo a codo con ellos. ¡No hay nada más eficaz para promover la unidad y resolver los prejuicios que la gracia del encuentro personal!
Sí, efectivamente el milagro de la unidad ha comenzado. Quiera el Señor que todos cooperemos y oremos para que el milagro continúe paso a paso, creyente a creyente hasta que se materialice de verdad.
“La unidad de toda la humanidad herida es voluntad de Dios. Por esto Dios envió a su Hijo para que, muriendo y resucitando por nosotros, nos diese su Espíritu de amor.” (Encíclica Ut Unum Sint de San Juan Pablo II sobre el Empeño Ecuménico)
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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