El que tiene fortaleza no presume, sino que tiene espíritu de sacrificio. Es como un grano de azúcar o de sal que se disuelve y, transformándose, le agrega sabor a la comida.
El hombre fuerte es muy puro y no se entromete en los asuntos de los demás. No anda con vueltas en la relación con ellos.
No dejará de hacer su parte, pero sin interferir en las cosas de los otros. Conoce bien sus límites.
Sabe cuándo tiene que callar. Demasiado a menudo las charlas inútiles, hechas sin pensar en las consecuencias, siembran discordia. Las palabras inútiles son el instrumento del diablo para minar la caridad.
El hombre fuerte no es indiscreto, sino que trata de conocerse más a fondo a sí mismo.
¡Espera en Dios!, Breves reflexiones del Cardenal Van Thuan, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2009, p. 17.
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