Lucas 13, 16
He aquí un testimonio que recibimos:
“Hace unos años, yo formaba parte del ministerio de oración en mi iglesia cuando vino una señora pidiendo oración. ‘Es mi corazón —dijo ella— a veces me parece que me va a dar un ataque al corazón y que me voy a morir.’ Incluso para mi ojo inexperto, ella no parecía saludable, así que mi primer pensamiento fue decirle: ‘¡Usted necesita ver un médico!’ Luego pensé que Jesús tiene poder sanador, así que empecé a orar por su corazón.
“Pero cuando orábamos juntos mis pensamientos cambiaron, y comencé a sentir que también debía orar por otro tipo de problema del corazón: que ella supiera cuánto la amaba Dios como hija suya. Así que mis palabras cambiaron, de oraciones por curación física, la afirmación del amor de Dios: ‘Tú fuiste creada por amor y para el amor’ le dije; ‘Fuiste creada para conocer el amor de Dios y llenarte de ese amor eterno y perfecto. Tú eres hija del Rey, su princesa amada’ mientras le pedía a Dios que le hiciera ver la verdad de estas afirmaciones.
“De repente, ella comenzó a llorar. Me dijo que realmente nunca había pensado que Dios fuera su Padre; que siempre le había tenido un poco de miedo, pero ahora veía que ese miedo se iba desvaneciendo. Cuando terminamos de orar, ella se secó los ojos y contemplé en su rostro la sonrisa más hermosa y radiante que jamás he visto.
“Más tarde, la señora fue a consultar a un médico y empezó a mejorar más día a día. Su condición sigue siendo incierta, pero ahora sabe en lo profundo de su corazón que Dios la ama incondicionalmente y eso ha marcado una gran diferencia en su vida.”
Posiblemente la mayor curación que esta señora, o cualquiera de nosotros, ha podido recibir es escuchar que Dios nos dice: “Tú eres mi hijo, tú eres mi hija.” Esta convicción de ser “hija de Abraham”, es decir, “Hija de Dios”, fue la que enderezó el cuerpo encorvado de la mujer del Evangelio de hoy, y también nos puede ayudar a todos a mantenernos erguidos con dignidad y gratitud.
Así que, hermano, no tengas miedo de pedirle a Dios que pronuncie estas palabras para ti. Él te puede sanar de cosas insospechadas.
“Amado Señor Jesucristo, tú sabes mejor que yo cuánto necesito tu curación. Abre mi corazón para escuchar tus palabras, porque sé que me pueden librar y sanar.”
Efesios 4, 32—5, 8
Salmo 1, 1-4. 6
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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