En el Evangelio de hoy, Pedro le preguntó a Jesús si lo que enseñaba acerca del servicio dedicado se aplicaba sólo a los doce apóstoles o a todos sus seguidores.
La respuesta de Cristo fue general, a fin de dar cabida a ambas posibilidades; nadie queda excluido de la llamada al servicio con total atención y dedicación. De hecho, en otra ocasión había dicho: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mateo 20, 28).
La palabra griega traducida como “servidor” significaba más bien un esclavo. El esclavo era “propiedad” de su dueño y éste le exigía obediencia absoluta; además, el esclavo no tenía derecho a nada, de modo que su servicio era incondicional y la desobediencia tenía graves consecuencias.
Usando esta palabra, San Lucas explicaba cuál era el servicio al que Dios llama a sus seguidores. En todo lo que hagamos en la parroquia, el trabajo y la familia y otros grupos, Dios quiere que pongamos nuestra parte de tiempo, energía y conocimiento con toda generosidad. Nos pide servir sin quejas ni reservas y con toda dedicación, sin cuestionamientos ni sombra de desobediencia. El Señor dijo: “Al que mucho se le da, se le exigirá mucho; y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más.”
Todos los cristianos hemos sido bautizados (o sea sumergidos) en las riquezas inagotables de Cristo, en una herencia no sólo abundante sino imperecedera, pero estos tesoros no se nos dan sólo para nuestro disfrute y beneficio, sino para compartirlos.
De ordinario pensamos que este nivel de servicio es exagerado; que se nos pide demasiado. ¿Quién desearía recibir semejante cometido? Aquí es donde Jesús transforma totalmente el concepto del servicio: El Señor nos pide a cada uno que le sirvamos sin imponerle salvedades ni condiciones, que nos reconozcamos como “propiedad” y servidores suyos, totalmente dedicados a cumplir su voluntad.
Lo mejor de todo es que el servicio a Cristo no es una vía en un solo sentido: Cuando nos entregamos de corazón, el Señor derrama sobre nosotros un copioso torrente del conocimiento de su amor y de la salvación. No nos pide que trabajemos hasta quedar exhaustos, sino que nos consagremos de corazón, como él lo hizo.
“Jesús, Señor mío, me pongo por entero en tus manos para que me utilices como mejor te parezca para la construcción de tu Reino.”
Efesios 3, 2-12
(Salmo) Isaías 12, 2-6
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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