Yo les aseguro que, quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna. (Juan 5, 24)
Algunos piensan que el cielo es un lugar donde todo lo que hacen los ángeles y los santos es tocar arpas y cantar himnos. Pero algo falta en esa idea, especialmente si pensamos en que nuestros antepasados en la fe están conectados con nosotros. No, el cielo debe ser un lugar de mucha actividad, donde Dios está siempre trabajando y sus hijos también.
Tres veces en este pasaje, al hacer una afirmación, Jesús comienza diciendo “Yo les aseguro . . .” porque lo que va a decir es algo muy importante.
Primero, afirma que él no puede hacer nada por su propia cuenta, sino solo aquello que ve hacer al Padre. De modo que todos sus actos de curación, de perdón y de misericordia son un reflejo de lo que sucede en el cielo. Esto significa, hermano, que tu Padre te está mirando siempre con compasión, siempre está trabajando y trayendo la paz del cielo a tu vida.
Luego, Jesús dice que quien escucha su palabra y cree en su Padre será liberado de la condenación y tiene la vida eterna. Esto no se refiere solo a los primeros cristianos, sino a los de hoy también. Así, el cielo se llena de las oraciones de cuantos nos han precedido, incluso nuestros seres queridos. Ellos están orando para que nosotros también aceptemos el don de la vida eterna, y nos están animando a seguir adelante, para que lleguemos a ese lugar donde todo juicio desaparece y todo se llena de la gloria de Dios.
En tercer lugar, Jesús dijo que llegaría el tiempo en que todo aquel que escuchara su palabra volvería a la vida. El Hijo de Dios sigue hablándonos incluso ahora mismo; nos llama y nos ofrece su sabiduría y su guía, su esperanza y la sanación de las heridas del pasado.
Dedica un momento hoy a imaginarte el cielo como un lugar de inmensa energía. Escucha a tu Padre que te dice palabras de amor y consolación; piensa que sus ángeles te cuidan sin cesar a ti y a tus seres queridos. Imagínate que los santos rezan por ti y te animan. ¡Tú no estás solo! En realidad, cuando lleguemos al cielo, seguramente nos sorprenderemos de encontrar a muchos seres queridos y otras personas conocidas o no conocidas que nos darán la bienvenida con los brazos abiertos. ¡Qué ocasión tan gloriosa y llena de gozo!
“Padre celestial, perdóname por todas las veces que he pensado que tú estabas lejos de mí. Gracias por concederme la gracia del cielo.”
Isaías 49, 8-15
Salmo 145(144), 8-9. 13-14. 17-18
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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