Dichosos los que cumplen la palabra del Señor. (De la Aclamación al Evangelio)
Tal como lo anunció el anciano Simeón cuando el Niño fue presentado en el templo, Jesús era causa de controversia y división. Sus palabras y acciones obligaban a todos a definirse acerca de su identidad. Hasta los soldados que fueron a arrestarlo dijeron: “Nunca ha hablado nadie como ese hombre.” Algunos pensaban que era el gran profeta, cuya venida había anunciado Moisés en el Pentateuco, y que él libraría al pueblo por el poder de la Palabra de Dios (Deuteronomio 18, 15-18).
Unos pensaban que Jesús era el Mesías, pero había muchos que lo negaban, porque se había predicho que el Mesías vendría de Belén y todos entendían que Jesús venía de Galilea (Miqueas 5, 2). Esta fue una de las razones que dieron los fariseos y los jefes de los sacerdotes para insistir en que Jesús no podía ser el Mesías, y de esta manera recrudecía su incredulidad, que brotaba de la dureza de su corazón.
Los milagros de Jesús, como la curación de paralítico (Juan 5, 2-9), la multiplicación de los panes (Juan 6, 1-14) y su predicación convencieron a gran parte de los oyentes y muchos creyeron. Pero otros, incluso la mayoría de los jefes religiosos, tenían el corazón duro; no lograban discernir la voz de Dios en Jesús, ni ver el poder divino en sus milagros. Vieron y oyeron, pero no entendieron, ni quisieron pensar siquiera en la posibilidad de que Jesús fuera realmente el Mesías.
Por nuestra parte, nos conviene saber que es preciso hacer dos cosas: Primero, escuchar la voz del Señor y, segundo, no endurecer el corazón. Invitamos, pues, a nuestros lectores a adoptar, en este tiempo de Cuaresma, cuatro prácticas espirituales que son útiles para escuchar la voz del Señor con el corazón abierto:
Dedicar 10 minutos al día a hacer oración meditada en privado, alabar a Dios y escuchar su inspiración; hacerse un diario examen de conciencia, arrepentirse de los pecados y pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a cambiar; dedicar 10 minutos cada día a leer la Sagrada Escritura; hacerse un plan de crecimiento espiritual que incluya la lectura de libros espirituales y participar en la vida sacramental y comunitaria de la parroquia.
“Amado Jesús, te ruego que me infundas tu gracia para creer cada vez más en ti y saber que tú eres el único Salvador y Señor de toda la Creación.”
Jeremías 11, 18-20
Salmo 7, 2-3. 9-12
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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