“De la mansedumbre y de la ausencia de cólera”
Si la marca de la suprema mansedumbre es la de conservar un corazón lleno de serenidad y de caridad hacia aquél que nos ha ofendido en su presencia, ciertamente la marca de la cólera es el de continuar peleándose y dejándose llevar por medio de palabras y gestos contra aquel que nos contradijo, en su ausencia y cuando estamos solos. El comienzo de esta victoria sobre la cólera es el silencio de los labios cuando el corazón está agitado; el progreso se ve marcado por el silencio de los pensamientos ante una simple perturbación del alma; y la perfección es la serenidad imperturbable del alma ante el soplo de los vientos impuros.
La mansedumbre es un estado inmóvil que permanece igual a ella misma tanto ante las humillaciones como ante las alabanzas. Si el Espíritu Santo es llamado la paz del alma, porque en efecto lo es, y si la cólera es llamada la perturbación del corazón, y también lo es, nada se opone tanto a la venida en nosotros del primero que la cólera.
San Juan Clímaco (c. 575-c. 650)
monje en el Monte Sinaí
La Santa Escala
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